domingo, 3 de marzo de 2013

La gastronomía es un viaje. A veces íntimo: a la memoria, al gusto heredado, a las regiones que cubre la nacionalidad, o a las cocinas de otros países.


Publicado por AS | Publicado en Columnas del Profe | Publicado el 16-06-2011


La gastronomía es un viaje. A veces íntimo: a la memoria,  al gusto heredado, a las regiones que cubre la nacionalidad, o a las cocinas de otros países. Viaje corto y cercano, o largo diferente, a veces exótico, que se emprende para gozar y disfrutar, no para sufrir.
 La industria hotelera inventó de los años 80 en adelante –cuando comenzó a mover multitudes, no solo a adinerados y privilegiados- diferentes fórmulas. Desde el plato nacional emblemático, repetido y distorsionado hasta convertirse en caricatura (“Paella en Barcelona, España por cocineros ayudantes chinos, que no es paella, ni arroz chino” Claudio Nazoa dixit), hasta el famoso menú de “cocina internacional” de bien ganada mala fama. Porque quiere hacer  viajar lo pintoresco de un plato regional sin respetar los ingredientes y los principios, al copiar sin comprender.
 
I
En la modernidad, la gastronomía como viaje ha tropezado con dos escollos. Fuera de los hoteles, en la oferta de las ciudades, cuando la cocina es convertida no en un perfeccionamiento de la alimentación, sino en trampolín hacia la fama mediática; hacia la ganancia rápida, hacia el restaurante full novedad.
 “Un chef que no empieza por cocinar y combinar, por lo menos tan bien como un campesino, los productos de base de la cocina, que para él deben ser como las notas de una sinfonía más compleja, es un impostor como lo sería el director de orquesta que pretendiera mejorar su arte, a base de reunir gran cantidad de músicos que individualmente tocan mal. Esos son los cocineros que destruyen la cocina: son las plagas de la gastronomía moderna y turística” sostiene Jean François Revel.
 Una lágrima se le sale al comensal cuando viaja dentro y fuera del país ante platos que han sido despojados de toda autenticidad y goce, para convertirlos en espectáculo visual sin memoria ni fundamento. La segunda lágrima llega al leer la cuenta y buscar la billetera.
II
El segundo escollo de la gastronomía como viaje es un invento de los hoteles. Especialmente si usted llega a un sitio paradisíaco, donde quedará aislado. Gozando del paisaje y sufriendo la cocina.

 En esos sitios, cuando se registran, ponen a los huéspedes una cinta magnética en la muñeca. Es el pasaporte hacia un slogan soñado para el disfrute: Todo incluido.
 Desayunos, almuerzo, cenas, bar, bebidas alrededor de la piscina, en la playa, ofrecidos en enorme variedad, todo dentro de lo que ya pagué, piensa el viajero.
  La idea se ha ido degradando, me escriben las víctimas. Se come y bebe como en cuartel. Puede escoger todas las opciones, siempre que estén permitidas, a la hora autorizada, en el sitio que le corresponde. No puede salirse de lo incluido, aunque quiera pagar aparte, e insista en ello.
 No puede tener antojos, marcas preferidas, ganas. No puede ser diferente, pero todo está incluido. ¡Menuda trampa¡ la del así “todo incluido”.
@AlbertoSoria

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