CARPE VINUM
"Comer sabroso y opíparamente, hoy es motivo de culpa..."
VLADIMIR VILORIA | EL UNIVERSAL
sábado 28 de marzo de 2015 12:00 AM
Contra lo "gourmet"
Yantar y libar, ineludible acto donde el hombre resuelve su sustento; el placer de comer como metáfora de felicidad; la gastronomía hoy como moda y jugoso negocio, quimera inalcanzable, símbolo de estatus.
Guisos caseros y cocinar con lo que se tiene a mano en la alacena, al parecer, le ceden terreno a trattorias de mala muerte y al fast food.
Comer sabroso y opíparamente, hoy es motivo de culpa. Aquí entran en escena dudosos "críticos", "gourmets", "chefs" del momento -casi siempre lugartenientes de barcos piratas trocados en fraudulentos y carísimos restaurantes-, y "dietistas" que pontifican por la salud y el comedimiento, jueces del comer y beber capaces de sentarnos en el banquillo de los acusados cuando la gula se apodera de nosotros.
Preguntémonos: ¿cómo entrar en la cultura del vino y el buen comer sin pretensiones y desde la más auténtica espontaneidad, al margen del afán por la "buena salud" y las modas?
Comer bien y tomar el vino que apoye y realce las comidas, sin duda, son formas maduras y genuinas de la cultura en el mismo nivel que la lectura de textos de del autor mexicano Octavio Paz, la poética del francés Arthur Rimbaud o la filmografía del realizador polaco Roman Polanski, ¿no?
Hace tiempo el viejo Miguel Brascó, conversando en un café de Recoleta, en Buenos Aires, sobre la banalización de la gastronomía, me decía: "Hay dos puertas de acceso posibles al tema, una son las apetencias o curiosidades personales espontáneas y genuinas; la otra es meterse porque las sonatas de Ludwig Van Beethoven se pusieron de moda desde que Baremboim las tocó completas en el Teatro Colón de Buenos Aires y queda fachoso que uno emita opinión -aunque nada se entienda de sonatas-. Es asunto que viste socialmente. Si entramos por la puerta del interés personal genuino, es posible que consigamos instalarnos en el complejo mundo de esas sonatas, lleguemos a disfrutarlas por dentro, haciéndolas nuestras de verdad y a fondo. De tener acceso en cambio por la vía de una moda coyuntural, nuestra relación con Beethoven a lo largo de mucho tiempo se mantendrá por fuera, concediéndonos disfrutes más bien limitados".
Y remataba Brascó: "Sobre esos ingresantes por la puerta fashion a la gastronomía, opera un brutal marketing, transformando el placer simple de comer y beber en una competencia infusa sobre quién le percibe aromas a regaliz y trufas negras del sotobosque o gusto a cualquier cosa rara, que tienen que ver muy poco o simplemente nada con los aromas y sabores del vino, o de lo que está en el plato". Mejor dicho, imposible.
¡Salud!
vladimirviloria@gmail.com
Yantar y libar, ineludible acto donde el hombre resuelve su sustento; el placer de comer como metáfora de felicidad; la gastronomía hoy como moda y jugoso negocio, quimera inalcanzable, símbolo de estatus.
Guisos caseros y cocinar con lo que se tiene a mano en la alacena, al parecer, le ceden terreno a trattorias de mala muerte y al fast food.
Comer sabroso y opíparamente, hoy es motivo de culpa. Aquí entran en escena dudosos "críticos", "gourmets", "chefs" del momento -casi siempre lugartenientes de barcos piratas trocados en fraudulentos y carísimos restaurantes-, y "dietistas" que pontifican por la salud y el comedimiento, jueces del comer y beber capaces de sentarnos en el banquillo de los acusados cuando la gula se apodera de nosotros.
Preguntémonos: ¿cómo entrar en la cultura del vino y el buen comer sin pretensiones y desde la más auténtica espontaneidad, al margen del afán por la "buena salud" y las modas?
Comer bien y tomar el vino que apoye y realce las comidas, sin duda, son formas maduras y genuinas de la cultura en el mismo nivel que la lectura de textos de del autor mexicano Octavio Paz, la poética del francés Arthur Rimbaud o la filmografía del realizador polaco Roman Polanski, ¿no?
Hace tiempo el viejo Miguel Brascó, conversando en un café de Recoleta, en Buenos Aires, sobre la banalización de la gastronomía, me decía: "Hay dos puertas de acceso posibles al tema, una son las apetencias o curiosidades personales espontáneas y genuinas; la otra es meterse porque las sonatas de Ludwig Van Beethoven se pusieron de moda desde que Baremboim las tocó completas en el Teatro Colón de Buenos Aires y queda fachoso que uno emita opinión -aunque nada se entienda de sonatas-. Es asunto que viste socialmente. Si entramos por la puerta del interés personal genuino, es posible que consigamos instalarnos en el complejo mundo de esas sonatas, lleguemos a disfrutarlas por dentro, haciéndolas nuestras de verdad y a fondo. De tener acceso en cambio por la vía de una moda coyuntural, nuestra relación con Beethoven a lo largo de mucho tiempo se mantendrá por fuera, concediéndonos disfrutes más bien limitados".
Y remataba Brascó: "Sobre esos ingresantes por la puerta fashion a la gastronomía, opera un brutal marketing, transformando el placer simple de comer y beber en una competencia infusa sobre quién le percibe aromas a regaliz y trufas negras del sotobosque o gusto a cualquier cosa rara, que tienen que ver muy poco o simplemente nada con los aromas y sabores del vino, o de lo que está en el plato". Mejor dicho, imposible.
¡Salud!
vladimirviloria@gmail.com
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