CARPE VINUM
Definitivamente, gastronomía y hambre no pueden caminar de la mano...
VLADIMIR VILORIA | EL UNIVERSAL
sábado 31 de enero de 2015 12:00 AM
Gastronomía en la inopia
Proyección de abundancia y riqueza colectiva, definitivamente, gastronomía y hambre no caminan agarradas de la mano.
Y si sumamos la escasez a los absurdos precios del vino y el licor, la depresión toca mi puerta, me saluda ojerosa y fría, con cara de pocos amigos, pero me hago el loco y no la dejo entrar, al menos no todavía.
Un país con una escasez de productos básicos que rebasa los 70 puntos porcentuales, que importa buena parte de lo que pone en su mesa -lácteos, carne, pollo, arroz, el modesto frijol negro de su plato nacional, el maíz de su arepa y el azúcar y el café de su justiciera infusión mañanera, entre otros tantos rubros- difícilmente puede ser capaz de producir referentes gastronómicos propios y trascendentes.
Los productores nacionales que sobreviven, ojalá y ganen su batalla y sigan dando ejemplo de constancia, sacrificio y voluntad. Ellos sí que saben pelear su verdadera "guerra económica".
Porque Venezuela apenas se alimenta. Hoy come peor que nunca, es un país que no puede ver la gastronomía más que como una banalidad, una moda, en el mejor de los casos, un privilegio de pocos, una obsesión de académicos.
Así, apuro un trago de ron y pienso que hoy tenemos más que nunca el reto cultural de reconocernos y reencontrarnos, nada más y nada menos que en el desolador escenario de empobrecidos mercados, con ingredientes para recrear y recomponer nuestro menú criollo de siempre.
Productos de toda la vida, que casi nunca faltan y son cosecha diaria del campesino que nos queda -plátano, yuca, papa -hoy duramente golpeada-, ñame, ocumo, apio, auyama, batata, mapuey, o el maguey y su flor; nuestras aromáticas y diversas frutas, los ricos y raros pescados de río y mar o las vísceras de la res, por ejemplo, casi siempre despreciados, hoy merecen nuestra atención.
Paradójicamente y si quisiéramos sacar algo bueno de este complicado momento económico, con una elevada inlfacción, la penuria debería abrir paso a la creatividad y a echar mano de lo que siempre estuvo ahí -¿inconciencia propia del consumismo rentista?- y se valoró poco o casi nada.
Ya lo decía el viejo Revel: "La historia de la gastronomía es precisamente una sucesión de cambios, conflictos, distanciamientos y reconciliaciones... ".
Tal vez, comenzar a revalorizar nuestra cocina regional, austera pero rica y deliciosamente femenina, tarea pendiente de nuestros mandiles, podría ser un horizonte para batallar esta durísima crisis y así dar con las claves trascendentes de un sentido gastronómico real, alegre, sabroso, nutritivo y sinceramente venezolano.
vladimirviloria@gmail.com
Proyección de abundancia y riqueza colectiva, definitivamente, gastronomía y hambre no caminan agarradas de la mano.
Y si sumamos la escasez a los absurdos precios del vino y el licor, la depresión toca mi puerta, me saluda ojerosa y fría, con cara de pocos amigos, pero me hago el loco y no la dejo entrar, al menos no todavía.
Un país con una escasez de productos básicos que rebasa los 70 puntos porcentuales, que importa buena parte de lo que pone en su mesa -lácteos, carne, pollo, arroz, el modesto frijol negro de su plato nacional, el maíz de su arepa y el azúcar y el café de su justiciera infusión mañanera, entre otros tantos rubros- difícilmente puede ser capaz de producir referentes gastronómicos propios y trascendentes.
Los productores nacionales que sobreviven, ojalá y ganen su batalla y sigan dando ejemplo de constancia, sacrificio y voluntad. Ellos sí que saben pelear su verdadera "guerra económica".
Porque Venezuela apenas se alimenta. Hoy come peor que nunca, es un país que no puede ver la gastronomía más que como una banalidad, una moda, en el mejor de los casos, un privilegio de pocos, una obsesión de académicos.
Así, apuro un trago de ron y pienso que hoy tenemos más que nunca el reto cultural de reconocernos y reencontrarnos, nada más y nada menos que en el desolador escenario de empobrecidos mercados, con ingredientes para recrear y recomponer nuestro menú criollo de siempre.
Productos de toda la vida, que casi nunca faltan y son cosecha diaria del campesino que nos queda -plátano, yuca, papa -hoy duramente golpeada-, ñame, ocumo, apio, auyama, batata, mapuey, o el maguey y su flor; nuestras aromáticas y diversas frutas, los ricos y raros pescados de río y mar o las vísceras de la res, por ejemplo, casi siempre despreciados, hoy merecen nuestra atención.
Paradójicamente y si quisiéramos sacar algo bueno de este complicado momento económico, con una elevada inlfacción, la penuria debería abrir paso a la creatividad y a echar mano de lo que siempre estuvo ahí -¿inconciencia propia del consumismo rentista?- y se valoró poco o casi nada.
Ya lo decía el viejo Revel: "La historia de la gastronomía es precisamente una sucesión de cambios, conflictos, distanciamientos y reconciliaciones... ".
Tal vez, comenzar a revalorizar nuestra cocina regional, austera pero rica y deliciosamente femenina, tarea pendiente de nuestros mandiles, podría ser un horizonte para batallar esta durísima crisis y así dar con las claves trascendentes de un sentido gastronómico real, alegre, sabroso, nutritivo y sinceramente venezolano.
vladimirviloria@gmail.com
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