Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP

Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP
Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP del cual fue su Coordinador al inicio. GASTRONOMIA (del griego γαστρονομία)es el estudio de la relación del hombre con su alimentación y su medio ambiente o entorno.Gastrónomo es la persona que se ocupa de esta ciencia. A menudo se piensa erróneamente que el término gastronomía únicamente tiene relación con el arte culinario y la cubertería en torno a una mesa. Sin embargo ésta es una pequeña parte del campo de estudio de dicha disciplina: no siempre se puede afirmar que un cocinero es un gastrónomo. La gastronomía estudia varios componentes culturales tomando como eje central la comida.Para mucha gente, el aprender a cocinar implica no solo encontrar una distracción o un pasatiempo cualquiera; pues cocinar (en un término amplio) es más que solo técnicas y procedimientos... es un arte, que eleva a la persona que lo practica y que lo disfruta. Eso es para mi la cocina, con mis obvias limitaciones para preparar diversos platillos, es una actividad que disfruto en todos sus pasos, desde elegir un vegetal perfecto, pasando por el momento en que especiamos la comida, hasta el momento en que me siento con los que amo a disfrutar del resultado, que no es otro más que ese mismo, disfrutar esta deliciosa actividad o con mis alumnos a transmitirles conocimientos que les permitirán ser ellos creadores de sus propios platos gracias a sus saberes llevados a sabores

viernes, 27 de febrero de 2015

Cuando en mi artículo "Dos platos venezolanos de origen asiático" (léase entrada anterior de este blog) reseñé al tarkarí de chivo y al pelao de gallina, hice mención de un plato afrocaribeño: el calalú, que también nos llegó de Trinidad.

Tomado del blog "Lecturas, yantares y otros placeres"

El calalú de Paria y su hermano trinitario

Carta de navegación del Golfo de Paria


Cuando en mi artículo Dos platos venezolanos de origen asiático reseñé al tarkarí 
de chivo y al pelao de gallina, hice mención de un plato afrocaribeño: el calalú, 
que también nos llegó de Trinidad.  Rafael Cartay en su Diccionario de Cocina 
Venezolana, lo describe:
CALALÚ: plat. Preparación típica de la península de Paria, de clara influencia afroamericana, 
probablemente procedente de Trinidad. Se hace con quimbombó, hojas tiernas o cogollos 
de ocumo, o repollo, carne de chivo salado, sal, tomate, pimentón, ají dulce, cebolla, leche 
de coco, algunas jaibas y jamón.

Agrega Cartay que es un potaje hecho con hojas de malanga, verdolaga y otros vegetales 
y es un plato celebratorio de Changó en la santería cubana.

Ramón David León en su Geografía Gastronómica de Venezuela es quien le pone el 
calificativo de matutero (alega que ingresó de contrabando) y nos da noticias no muy 
fieles sobre este plato:
No hay vivienda costeña donde, siquiera una vez por semana, no se prepareel plato 
que el remoto indostaní (sic) desembarcó primero en la ínsula británica nombrada 
(Trinidad), para radicarse. Le sucedió como a otras confecciones cocineriles de origen 
extranjero, que hoy son tan venezolanas como las que heredamos del coloniaje. Así 
ocurre con el calalú, al cual la gente meticulosa, con pretendida exactitud idiomática, 
deletrea calahalú.
En su preparación entran los siguientes materiales: quimbombó, que es preciso lavar 
cuidadosamente y reducir a rodajas, y al cual hay que añadir, cortadas en pequeñas 
fracciones, hojas de ocumo bien tiernas. De no tenerlas se las suple con otras de col. 
Mezclados ambos ingredientes, se les hierve durante una hora en poca cantidad de 
agua. Luego se les agrega sal, ajo, cebolla tomate y pimentón, o ajíes dulces, todo eso 
picado a perfección. Se le incorpora entonces carne de chivo desalada, o gallina, y se 
le deja hervir convenientemente. Unos diez minutos antes de bajar la olla del fuego 
se le ponen dos o tres tazas de zumo de coco aguado, según la magnitud de la porción. 
Hay quienes le suman pequeñas lonjas de jamón y algunos cangrejos.
El calalú es un plato común en todo el Caribe, especialmente en las islas de habla inglesa 
donde se le denominacallaloo, y callaloo bush a las hojas con las que se prepara. Se 
le considera un plato Creole de ascendencia africana. Lo probé por primera vez en 
Guyana, donde no se hace con hojas de ocumo sino con bhaji, que es muestro amaranto, 
bledo o pira. La versión guyanesa es una sopa caldosa y sustanciosa que lleva además 
cangrejos azules que consiguen por ristras en los mercados. Puede llevar pescado, carne 
o cochino salados, o camarones frescos y algún vegetal como la auyama o el ocumo. 
En Haití es también una sopa caldosa y se la denomina Callalou gombo. Lleva entre 
otros ingredientes quimbombó y carne salada, además del calalú. En Jamaica es el 
Pepperpot (no confundirlo con el plato guyanés del mismo nombre) y lleva ñame y 
carne vacuna fresca y salada.




La versión venezolana se parece más a la de Trinidad, donde es un plato nacional, con 
la adición de chivo salado. El más sabroso que he comido fue en Puerto España invitado 
por mi vecina Grace Gordon, quien me lo sirvió con coo-coo, que es una mazamorra 
de maíz amarillo, de origen barbadense. El aspecto del plato preparado por Ms. Gordon 
lucía como un archipiélado de islas de oro flotando en un mar de esmeralda. Me 
gusta hacerlo y servirlo a la manera de Grace.

Los trinitobaguenses usan como callaloo bush las hojas de ocumo tiernas, o cuando 
viven en lugares donde no se consiguen, espinaca bebé o acelga. Otro ingrediente 
importante 
es el quimbombó (okra). La consistencia tiene su secreto, que no es otro que el uso 
del lele stick, el cual se puede remplazar por un molinillo manual o, a falta de éste, con 
una batidora eléctrica. Es un potaje espeso, pero no una crema, por lo que no debe usarse 
licuadora. Se le consume como sopa, acompañada de puré de plátano verde (foo-foo), 
o más espesa como side dish, a manera de salsa junto al arroz y un plato proteico, por 
ejemplo un pollo asado.

Lo hice por primera vez en Puerto España, usando las hojas de ocumo y siguiendo una 
receta básica. Con el transcurso del tiempo y la falta de callaloo bush desarrollé mi propia 
receta basándome en ella:

Callaloo y coo-coo

  • 16-20 hojas de ocumo (más o menos 5 tazas de espinaca bebé bien lavada)
  • 1 rabo salado de cochino
  • 1 cangrejo grande
  • 4 cucharadas de aceite
  • 1 limón
  • 2 cebollines
  • 1 cucharada de mantequilla
  • 8-10 quimbombós tiernos (como taza y media de quimbombó cortado en rueditas)
  • 1 coco grande (para hacer unas 2 tazas de leche de coco)
  • 1 ají picante (se usa Habanero, pero la adición de picante debe ser sutil)
  • 1 cebolla
  • 1 ramita de tomillo

  • Se remoja desde el día anterior la cola salada de cerdo. El día que se va a preparar se 
  • pone a cocinar el rabo en unos dos o tres litros de agua, hasta que ablande. 
  • Opcionalmente se puede poner un hueso de jamón en vez del rabo o ambos. 
  • También se puede usar un caldo ligero de pollo en lugar de agua. Mientras 
  • tanto, se  van preparando los vegetales. Si se usa la hoja de ocumo (dasheen, en 
  • inglés antillano), se debe eliminar el hollejo que tiene el pedúnculo y se cortan 
  • menudo. Esto es laborioso y mancha los dedos, pero vale la pena. Si se usa 
  • espinaca bebé, se lava bien y se corta. Opcionalmente se puede usar la hoja de 
  • la acelga. Se despuntan los quimbonbó y se cortan en rueditas. Se cortan menudo 
  • los cebollines, la cebolla y el ajo.  Se limpian los cangrejos, se parten las muelas 
  • y se les pone un chorrito de limón, sal y pimienta. Se pueden utilizar los de lata, 
  • pero nunca los de imitación. Se extrae la leche del coco, o se usa la que viene envasada.
  • Una vez que el rabo de cerdo esté blando, se retira de la olla y se reserva el caldo. 
  • En la olla donde se va a preparar el calalú, se sofríe la cebolla, el cebollín y el ajo 
  • hasta que esté transparente, Se le agrega el tomillo y el ají picante (yo prefiero poner 
  • el ají picadito, sin venas ni semillas), se cocina por un minuto. Luego los vegetales, 
  • que se sofríen en la mezcla, por unos 5 minutos. Agregamos aproximadamente un 
  • litro del caldo reservado y la leche de coco (unas dos tazas), cocinamos  hasta que 
  • los vegetales estén muy tiernos y comiencen a deshacerse. Agregamos los cangrejos 
  • y lo mantenemos al fuego hasta que éstos estén bien cocidos. Se retira del fuego, 
  • se le agrega la mantequilla. Se retiran los cangrejos. Con el lele,batimos todo 
  • hasta que se deshaga (como dije, se puede usar una batidora eléctrica y nunca 
  • una licuadora). Si se desea, se les extrae la carne a los cangrejos y se agrega a 
  • nuestro callaloo, o se regresan a la olla y se sirven en el plato (como en la foto, 
  • tomada de Caribbean Recipes)

Para servirlo como Grace, mientras la sopa se cocina, hacemos el coo-coo o fungi:

  • 2 1/2 tazas de agua hirviendo
  • Unos 4 o 5 quimbombós
  • 1 taza de polenta o harina de maiz amarillo
  • sal
  • 1 cucharada de mantequilla
  • Se despuntan los quimbombós y los cortamos en rueditas.  Se echan al agua 
  • hirviendo y se cocinan por unos minutos para que ablanden. Se agrega saly, poco 
  • a poco, la harina de maiz, revolviendo constantemente para que no se apelotone. 
  • Cuando está bien combinado, se agrega la mantequilla y se cocina de acuerdo a 
  • las instrucciones del fabricante. Se vierte en un plato y corta en pedazos. Se puede 
  • comer como acompañamiento a cualquier comida. Me gusta servido con el 
  • callaloo en un plato sopero, como muestro en la foto de abajo.

El pelao guayanés o el tarkarí de chivo de Paria

Tomado del blog "Lecturas, yantares y otros placeres"

Dos platos venezolanos de origen asiático


Cuando mis coterráneos nacionalistas de derecha o indigenistas de izquierda se ponen 
quisquillosos con lo que los demás comen, y se ponen críticos y hasta moralistas, no 
me queda sino sonreír por su ingenuidad e ignorancia. Te piden que comas lo autóctono 
y te acusan como mínimo de "eurocéntrico", burgués o snob. ¿Qué es autóctono? Tal 
vez no sean tan tontos como para considerar sólo como autóctono o nativo sólo lo que 
consumían los aborígenes. Si así fuera, no estaría en nuestras mesas el arroz, el 
plátano, las carnes vacuna o porcina, ni tantos otros ingredientes que son básicos en 
nuestra alimentación. De la culinaria prehispánica pocas cosas quedan, entre ellas 
el cazabe y la arepa.

Tal vez no sean tan extremistas. Seguro que se refieren a platos antiguos, producto 
del mestizaje de América, África y Europa. Entonces quedarían excluidos la mayoría 
de los platos criollos que han aparecido en nuestras mesas en los últimos 200 años. 
Algunos como la Galantina de Gallina y el Negro en Camisa siguen detentando 
nombre y aspecto europeo.  Eliminemos también las pastas alimenticias (Venezuela 
es su segundo consumidor per cápita después de Italia), la mayonesa de pote y el 
ketchup  y le asentaremos un duro golpe al "imperialismo" y la "penetración foránea". 
Sólo hay que imaginarse una mesa venezolana sin los aportes de los siglos XIX y 
XX. Eliminemos también el Scotch Whisky, que tanto gusta a los revolucionarios 
y a los burgueses.

El problema se presenta si les preguntas por platos típicos como el pelao guayanés 
o el tarkarí de chivo de Paria. Jurarán por su madre que esos platos son 100% criollos 
como el "pan de hallaquita". Pues bien, allí también se equivocan. Tanto el Tarkarí 
(o talkarí, como también se le conoce) como el Pelao de gallina llegaron a Venezuela 
junto con el Calalú matutero en el curso del siglo XIX o principios del XX en el 
equipaje de súbditos del Imperio Británico desde la isla de Trinidad. Dejemos de 
lado el Calalú, que es de origen afro-antillano, y revisemos nuestros dos platos asiáticos.


Tarkarí de chivo
En la foto vemos un plato de Tarkarí de chivo como lo sirven en los puestos de comida 
del mercado municipal de Barcelona, estado Anzoáteguí. Es un plato típico del Golfo 
de Paria que conserva su nombre indostano. En tamil, Tarkarí es sinónimo de curry 
(si es de papas se llama Aloo tarkari, si es de pollo Murghi tarkari, por ejemplo). 
Tarkari quiere decir salsa especiada.

Cuando en 1834 el Imperio Británico abolió la esclavitud en sus colonias, procedió a 
suplir la mano de obra africana que se negaba a volver a las plantaciones, por obreros 
libres bajo una forma de contratación conocida como indentureship. Primero se trató 
de introducir trabajadores portugueses y chinos que no pudieron soportar las 
enfermedades tropicales y las condiciones de las plantaciones. Los sobrevivientes y 
sus descendientes terminaron dedicándose al comercio. Posteriormente se contrataron 
obreros en India que sí se adaptaron perfectamente a las nuevas condiciones e hicieron 
variar completamente el panorama étnico, social y cultural del Caribe angloparlante. 
Dado el intenso intercambio que hubo en el Golfo de Paria hasta mediados del siglo 
XX, en algún momento llegó el Tarkarí al puerto venezolano de Güiria donde ha ido 
evolucionando en el curso de los años.

La versión venezolana es bastante más ligera en polvo curry que su hermana trinitaria, 
a veces se le agrega vino en su preparación, o tal vez leche de coco. Se sirve acompañado 
de un puré de plátano verde. Se ha ido extendiendo por la costa de Venezuela donde se 
sirve con arroz blanco y ensalada como en la foto que tomé en el mercado de Barcelona. 
El polvo curry que exige la preparación es el hecho en Trinidad, que los güireños llaman 
Masalá.

Ramón David León, en su Geografía Gastronómica de Venezuela, nos dice (y respeto 
su rara gramática):
Se prepara con gallina o chivo. El segundo tiene más adictos. Lavada la carne con 
limón se deja escurrir, y reducida a pequeños trozos, se le suman los siguientes 
aliños: sal suficiente, cebolla, tomate, pimentón y ajos, todo escrupulosamente picado.
Una regular dosis de orégano y de clavos de especia, una pudorosa polvarada de 
pimienta brava, y vinagre. Mezclado todo se deja en saturación durante una hora. 
Luego, en el caldero, se pone buena cantidad de aceite y se le agrega masalá, el polvo 
amarillo que los ingleses llaman curry. Cuando está crepitando el compuesto se le 
incorpora la carne a los demás ingredientes. se deja cocer, y en pocos momentos antes 
de bajarlo del fuego se le suman pequeños pedazos de berenjena hasta que ésta se 
desbarate. También papas convenientemente cortadas. Si se quiere, en vez de aceite, 
se usa zumo de coco, pero éste hay que ligarlo primero con agua y agregarlo con lentitud.
General Santiago Mariño
Los costeños pregonan que cuando el general Santiago Mariño y el grupo de 
patriotas orientales que lo secundaba estuvieron en preparando la invasión en 
Chacachacare, no hubo día en que no se comieran el sabroso plato. Es un interesante 
dato histórico que aumenta su valor. Acaso parte del empuje optimista que 
desarrollaron después los invasores en su empresa lo consiguieron por méritos del talkarí.

Nos agrega don Ramón:
Interesante, pero falso dato histórico, pues para el momento no había población de
origen indostano en Trinidad, ni se conocía el masalá en el Golfo de Paria. Difícilmente
Santiago Mariño Fitzgerald podía haber degustado un rico Tarkarí.



En la foto, tomada de la página Recetas venezolanas, vemos un plato de Pelao
Guayanés, conocido también como Pelao de gallina. Al igual que el Tarkarí, el Pelao
nos llegó de Trinidad donde es uno de los platos nacionales. Ambas versiones son hijas
directas del Pilau indio. Hasta mediados del siglo XX, la manera más fácil de ir desde
Caracas a Ciudad Bolívar era tomar un barco que salía de La Guaira, hacía escala en
Puerto España y reingresaba a Venezuela por la Boca Grande del Orinoco hasta llegar
a su destino. La cocina guayanesa tiene una amplia influencia caribeña gracias a la
afluencia de trabajadores antillanos en las minas de oro y diamantes. Estos trajeron
consigo el football, el calypso y el pelao, entre otros aportes.

La versión venezolana es un arroz asopado que se ha "españolizado" con el agregado
de encurtidos, aceitunas y alcaparras. La tradición quiere que se haga con una gallina
robada de patio ajeno y se invite a comer al propietario del animal.

Rubén Osorio Canales en su libro Memorias del Fogón nos describe al pelao tal y
como lo hacía su madre, que primero preparaba un caldo de gallina con alas,
pescuezo y patas del ave, que se cocinaba suavemente mientras se preparaban los
otros ingredientes:
Tomaba una gallina de tres kilos, la limpiaba, la cortaba en presas y la espolvoreaba 
con sal, pimienta, y un mínimo toque de comino. Luego la llevaba a un caldero 
grande con aceite y un punto de papelón o de azúcar morena y doraba cada presa 
por ambas caras, a fuego apenas medio. Las llevaba a papel absorbente para escurrir 
la grasa y luego procedía a incorporar algo más de aceite y previamente picados, 
dos cebollas, cinco tallos de cebollín, siete dientes de ajo, un pimentón pequeño, 
cinco tomates, diez ajíes dulces, todo finamente picado. Después de unos quince minutos 
de cocción a fuego dulce, removía el sofrito, añadía las presas de gallina y un litro 
y medio de caldo junto con dos cucharadas de sal, una de pimienta y un punto más 
de comino. revolvía nuevamente, lo llevaba a un hervor, lo cocinaba por pocos minutos 
a fuego fuerte, luego lo tapaba y, bajándole el fuego, lo dejaba cocinar por espacio de 
una hora y media.
Cuando sentía que la gallina estaba blanda pero todavía firme, le añadía cuatro tazas 
de arroz lavado, litro y medio más de caldo, unas 30 alcaparras, unas 15 aceitunas 
deshuesadas y rebanadas, y unas cuatro cucharadas de encurtidos cortados en trozos 
pequeños. Lo dejaba cocinar removiendo de vez en cuando durante 30 minutos. Lo 
retiraba del fuego, lo dejaba reposar un poco y procedía a servir el arroz con una presa 
de gallina en cada plato.
Probé el Pelao en Roma en casa de un sacerdote guayanés que era capellán de un asilo.
Es en verdad algo delicioso. Lo acompañamos con cazabe que mojamos en el caldo.

No abundan los buenos recetarios de cocina venezolana.Memorias del fogón; 80 platos caseros venezolanos (Alfadil, Caracas, 2005) de Rubén Osorio Canales es una de las raras excepciones.

Tomado del blog "Lecturas, yantares y otros placeres"

Memorias del fogón


Memorias del fogón
Portada
No abundan los buenos recetarios de cocina venezolana. La mayoría presentan 
indicaciones imprecisas, o muestran desconocimiento de las técnicas culinarias básicas; 
otros nos presentan recetas inventadas que las más de las veces nada tienen que 
hacer con la cocina criolla, excepto que fueron desarrolladas en Venezuela; hay algunos 
que, además de desorden metodológico, nos dan en las recetas una lista de ingredientes 
que al final sobran o faltan.

Memorias del fogón; 80 platos caseros venezolanos (Alfadil, Caracas, 2005) 
de Rubén Osorio Canales es una de las raras excepciones. Nos presenta una selección 
de 80 platos de las diversas regiones de Venezuela, sin pretensiones ni complicaciones; 
como los explicaría cualquiera a sus amigos. De sólo leerlas se abre el apetito y provoca 
prepararlas. El libro es también un monumento a la amistad, por cuanto la mayoría 
proviene de amigos con quienes llegó a compartir entrañables momentos. Tal vez sea 
ahora difícil de encontrarlo en las librerías ya que fue publicado hace ya varios años, 
pero vale la pena buscar.

La casa editora nos indica en la contraportada:
En estas Memorias del fogón se reúnen aquellas recetas criollas y familiares que
representan el sabor más clásico de la cocina de nuestro país, tal y como las
recogió Rubén Osorio Canales en las casas y fogones donde le fueron obsequiadas.
Son 80 platos los que usted encontrará en este libro: platos que se pueden
 preparar en cualquier parte del mundo, con ingredientes de fácil obtención; platos 
que aun teniendo su correspondiente en otros países, se hicieron venezolanos desde 
hace mucho tiempo, gracias a nuestra sazón; platos con un carácter de cocina 
familiar casera, con sabores, olores y texturas, que hablan de Venezuela y de su gente.
Nos entrega el autor este legado testimonial y sentimental con la esperanza de que, 
siguiendo éstas mágicas fórmulas, la cocina vernácula vuelva a ocupar el puesto de 
honor que le corresponde en nuestra mesa cotidiana.
Rubén Osorio Canales
Autor
Loable esfuerzo el de Osorio Canales. Según connotados 
gastrónomos, el menú diario del venezolano se ha reducido a 15 platos, incluyendo 
la arepa, el cazabe, el arroz blanco y el plátano frito. Este empobrecimiento 
gastronómico se debe al ingreso de la mujer al mercado de trabajo en la década de 
los 50, el alto costo de vida y la preferencia por  productos de moda. Rubén Osorio 
ofrece continuar con esta aventura editorial de rescate de la culinaria criolla, 
entre ellas la edición comentada de Geografía gastronómica de Venezuela 
de Ramón David León. Larga vida dé Dios a Rubén y pueda continuar 
con sus planes. 

lunes, 23 de febrero de 2015

Adquirir alimentos sin arruinarse se ha vuelto una cruzada imperativa. Una experta ofrece algunos consejos para alimentarse apropiadamente con los recursos disponibles

Comer bien con bajo presupuesto

Menú vegetariano | Foto: Cortesía
Menú vegetariano | Foto: Cortesía
Adquirir alimentos sin arruinarse se ha vuelto una cruzada imperativa. Una experta ofrece algunos consejos para alimentarse apropiadamente con los recursos disponibles

Es un ejercicio de asombro permanente: salir del automercado con dos o tres bolsas y preguntarse en qué momento se evaporó el dinero asignado para comprar alimentos. Estirarlo al máximo sin sacrificar una buena nutrición es el reto cotidiano.
Lesbia González, expresidenta del Colegio de Nutricionistas y Dietistas de Venezuela, señala que las actuales dificultades de disponibilidad y precios al adquirir ingredientes implican replantearse los objetivos —a veces errados— que rigen nuestras elecciones al comer. Entre ellos, revisar a fondo las porciones servidas. “Muchas veces hay una distorsión entre lo que estamos acostumbrados a comer con lo que realmente necesitamos como parte de una alimentación variada y equilibrada, y esa exageración en las porciones suele conducir al sobrepeso”.
González pone como ejemplo la ingesta de carne. “Hay gente que acostumbra servirse hasta 250 gramos de carne en una comida, pero a efectos de los requerimientos nutricionales promedio, con una porción de 100 a 125 gramos suele ser suficiente para cubrir una ración de proteínas. Si compramos un kilo de carne y lo dividimos en diez bistecs de 100 gramos, por ejemplo, podemos consumirla en más ocasiones sin dejar de cubrir las necesidades básicas de la dieta”.
Algo similar —en términos de rendimiento y provecho nutricional— ocurre con alimentos como la pasta. La especialista señala que hay hogares en los que se acostumbra que un plato de pasta contenga dos tazas o más para que se vea abundante, pero en la práctica, con una taza basta para cubrir el aporte de carbohidratos correspondiente a una comida equilibrada. A su vez, la redundancia de varios ingredientes de un mismo grupo nutricional es otro error frecuente que conviene detectar al servirse.

Elegir con juicio. Abrirse a otras opciones y combinaciones ayuda. “Hay gente que siente que si no comió carne o pollo no comió proteínas, pero mezclar leguminosas con cereales  —como arroz con caraotas— también es una fuente para obtener los aminoácidos que necesitamos”. La recomendación de comer frutos secos a diario como merienda —que se han vuelto inasequibles para la mayoría— puede sustituirse por una porción de gelatina baja en azúcar (que aporta colágeno) o frutas de temporada. “Por suerte vivimos en un país tropical donde se dan frutas todo el año. Aunque también se han vuelto costosas, todavía se puede comprar mandarinas, naranjas o patillas”. Aprovechar las ofertas y experimentar con los vegetales más económicos es otra alternativa.
Entre los pescados, el atún y las sardinas siguen siendo asequibles. “Antes recomendábamos mucho el salmón por todos los ácidos omega que contiene, pero es válido aprovechar otras fuentes. El bonito, por ejemplo, tiende a ser más económico y también aporta muchos nutrientes”.
González recalca que el secreto de comer correctamente sin endeudarse consiste en ponderar de antemano qué alimenta más, para redistribuir el presupuesto en función de los nutrientes elementales. “Si sumáramos todo lo que se gasta al mes en algunos hogares en refrescos, jugos azucarados, galletas dulces, chucherías y comida rápida probablemente obtendríamos un monto importante que puede canalizarse hacia alimentos de mejor calidad nutricional. Podemos invertir ese dinero en un buen pedazo de queso, en ruedas de un buen pescado, en comprar unos aguacates o en comer frutas o vegetales que nos gusten mucho aunque hayan aumentado de precio”, ilustra. Si toca elegir, recomienda anteponer la calidad a la cantidad.

Ajustes saludables

Reduzca la frecuencia de comidas en la calle. Cocinar en la casa no solo reduce costos, sino también facilita controlar los métodos de preparación y la cantidad de grasas, sal y azúcar que se añaden a los alimentos. Del mismo modo, llevar lonchera suele ser una opción más económica y equilibrada que comprar en la cantina o el comedor de turno. Incluya frutas.
Planifique las comidas. Aunque la necesidad obliga a apegarse a lo imprescindible, tener bien claros los platos que hay que preparar durante la semana minimiza el riesgo de que se pierdan los alimentos por deterioro.
Haga mercado sin hambre. Así será menos vulnerable a las tentaciones que se le atraviesen. Concéntrese en lo que fue a buscar. Si sus hijos tienden a meter en el carrito muchos de sus antojos, enséñelos a elegir uno solo.
Impulse a los niños a comer lo que hay. En lugar de preparar dos menús para cada comida, acostúmbrelos progresivamente a adaptarse a los platos que consume toda la familia.
Tome agua. “Es el líquido más económico y el mejor hidratante que hay”, afirma la nutricionista Lesbia González. Los expertos lo prefieren con amplio margen ante opciones cuestionables y más costosas como refrescos, jugos y tés procesados o bebidas alcohólicas.

Otto Gómez no solo tiene un saber enciclopédico sobre la carne. Es además un absoluto entusiasta al compartir lo que sabe y apostar por los atributos de la venezolana que defiende con orgullo de convencido...La mejor noticia es que está a punto de estrenar un sueño por largo rato madurado: La Carnivoría, un espacio para ofrecer especialidades cárnicas, elegida bajo los rigores de su conocimiento. “Quería tener un sitio donde demuestre lo que tanto he escrito y mostrar la calidad posible con un criterio de selección adecuado”.

El estreno de La Carnivoría

carne
carne

Otto Gómez no solo tiene un saber enciclopédico sobre la carne. Es además un absoluto entusiasta al compartir lo que sabe y apostar por los atributos de la venezolana que defiende con orgullo de convencido. El autor de ese libro indispensable que es Nuestra carne, y también Parrilla, ha pasado por todos los escaños de la producción. La mejor noticia es que está a punto de estrenar un sueño por largo rato madurado: La Carnivoría, un espacio para ofrecer especialidades cárnicas, elegida bajo los rigores de su conocimiento. “Quería tener un sitio donde demuestre lo que tanto he escrito y mostrar la calidad posible con un criterio de selección adecuado”.
En un área con ventanales y dos niveles en La Trinidad, en Caracas, se encuentra el local donde habrá carne venezolana, seleccionada por su buen tino y ofrecida, de forma congelada, en cortes locales, americanos o sureños. “No es una carnicería. Es un lugar para soluciones cárnicas”.
El propósito no queda solo ahí. Quienes busquen buenas carnes, también conseguirán, a medida que consolide su proyecto, propuestas con un valor agregado: desde preparaciones listas —carne mechada para resolver un almuerzo— hasta marinadas o preparadas para llevar ante la inminencia de una cena en el hogar. Asimismo, productos de calidad como los de la marca Tío Pato. Incluso promete preparaciones con la autoría de conocidos chefs como Edgar Leal, Francisco Abenante y Helena Ibarra.
Gómez, con su verbo prolijo y entusiasta, comparte los detalles de esta idea que tiene como fin enseñar la excelencia posible de este producto nacional. “Hay muchos venezolanos trabajando seriamente por la calidad en el país. Este es un espacio para demostrarlo”. En el proyecto lo acompaña el cocinero Guillermo Bastardo y su esposa Jessica. “La idea es que quien venga tenga un equipo que lo oriente en materia gastronómica”, recuerda antes de inaugurar el lugar.
La Carnivoría abrirá a principios de marzo en la avenida Intercomunal La Trinidad, edificio Trinidad Tepuy, planta baja, Caracas. Teléfono: (0212) 417 0175. E-mail: lacarnivoria@gmail.com

Buen beber
Puede que la vida no esté color de rosa para nadie, pero sí para un vino rosado, que siempre es bueno. Mientras el tinto ejerce su dominio y el blanco le sigue lejos, el rosado goza de poca aceptación, algo injusto e innecesario, sobre todo con la vinificación moderna que ha cambiado muchas cosas. El vino rosado siempre tuvo un enfoque femenino, tal vez por el color y cierto toque dulzón. Pero no, tiene vida propia y si está bien hecho estoy seguro de que gustarán de él. Lejanos están los tiempos en que el rosado se bebía solo el Día de la Secretaria y era extremadamente azucarado. Otra es la realidad. Una prueba la tenemos en este vino de nombre raro, Hito Rosado C21. Viene de la Ribera del Duero, España, donde mandan el vino tinto y las grandes marcas. Está elaborado con uva tinta del país, que no es otra que la famosa tempranillo, macerado por 24 horas, manejado en frío. Lo primero que los sorprenderá es el volumen que expresa en boca. No es un vino ligero, tiene 14° de alcohol, y eso se siente de entrada, marcando de una vez su estilo que, de rosa, no tiene nada más que el color. Nariz intensa con notas florales y frutales, buena acidez con toques cítricos, pleno, como para mascarlo lentamente, buen acompañante de comidas complejas. En España es un vino económico, aunque aquí no nos parezca tanto.

Licor de ají
En Margarita, como en el resto del país, se han multiplicado los que crean delicias artesanales que aprovechan los sabores locales. En la isla hay quienes han volteado hacia su insigne ají margariteño para otras alternativas: desde mermeladas hasta una cerveza artesanal. Mariflor Andrade asumió elaborar algo poco común: un licor de ají margariteño. Ella, una administradora que decidió vivir y estudiar cocina en Margarita, presentó en su examen final de cocina varios platos con ingredientes locales. Para ello ideó sus propios licores. La idea gustó y desde hace dos años tomó la determinación de experimentar con el ají que fermenta y destila para luego mezclar con ron blanco. Ya hay cocineros en la isla que lo usan para flambear. Ella lo ofrece en contados puntos y sugiere tomarlo frío.
Se consiguen en La Casa de Rubén en Porlamar y en el Rincón Asuntino de Mondeque en Pampatar. Su Twitter: @mariflorand

Romero
El chef Héctor Romero ha cocinado a fuego lento una cocina contemporánea con sello venezolano que se celebra. El director del Instituto Culinario de Caracas, donde se forman futuros cocineros con un lenguaje cada vez más asociado a esta tierra, es también el timonel de El Comedor, ese espacio, dentro de la misma escuela, que cumple siete años y en el que ha oficiado su personal exploración, primero desde ingredientes locales y luego de preparaciones con sello venezolano con mirada actual. Un libro de impecable factura editorial muestra ahora su propuesta y recetas. Allí comparte en detalle sus convicciones y platos, con imágenes de su autoría y diseño de Víctor Blanco.
Romero, cocina venezolana contemporánea se consigue inicialmente en el Instituto Culinario de Caracas, apostado en la quinta La Guarimba de Chuao. E-mail: reservacionescomedor@gmail.com