Más que vino, era algo parecido a lo que hoy llamamos
cerveza
El relato de la bebida en Venezuela está signado por un
curioso determinismo histórico como fenómeno ajeno a nuestra voluntad, donde
las condiciones en que se produce escapan a cualquier decisión razonada y todo
parece curiosamente preestablecido, con el azar ausente, donde los porfiados
hechos nos liberan de toda culpa.
Comenzó un día viernes del 3 de agosto de 1492, media hora
antes de la salida el sol, cuando el Almirante Cristóbal Colón zarpó del puerto
fluvial de Palos de la Frontera con sus tres naves y 129 tripulantes navegando
el río Tinto rumbo a la mar océano. Para hacerlo más sencillo.
Si quien nos descubrió salió de un puerto llamado Palos
surcando aguas alusivas al color del vino, nada de raro tiene que para un
venezolano el irse de copas se defina como caerse a palos y el estar bebido
como estar paloteado. Ni que el color de nuestra selección nacional de fútbol
sea el del vino tinto.
No podemos culpar a Colón ni a los hispanos de haber
introducido en el territorio las bebidas alcohólicas. Estas ya existían incluso
desde antes de que se inventaran las arepas. Que se haya equivocado en su
interpretación, es otra cosa, pero de que a todo el mundo le gustara echarse
unos tragos de vez en cuando, de eso no hay duda.
En la bitácora de su tercer viaje, cuando toca por primera
vez tierra firme continental, agradece que en su primer contacto "...
hicieron traer pan y de muchas maneras frutas y vino de
muchas maneras blanco y tinto, más no de uvas: debe él de ser de diversas
maneras, uno de una fruta y otro de otra... y parece que aquel que lo tenía lo
traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio".
Equivocadamente a ese primer trago en el nuevo continente lo
llamó vino, aunque estaba consciente de que no era de uva, como el vino
castellano que guardaba en las bodegas de sus naves, sino de alguna fruta o de
una simiente que hace una espiga como una mazorca llamada maíz.
Más que vino, era algo parecido a lo que hoy llamamos
cerveza, alcohol producido con la fermentación de un cereal.
Américo Vespucio, en su recorrido por las costas orientales
de nuestro país, en 1499, tuvo oportunidad de navegar las aguas de la península
de Paria y, en uno de esos desembarcos, cuenta que "nos dieron de beber
tres suertes de vino, no de uvas, sino hecho con frutas como la cerveza, y era
muy bueno".
Simón del Verde, amigo de la familia Colón, en una carta
donde cuenta el tercer viaje del almirante, insiste en que encontraron en
tierra firme, "una nación de mejor condición que las halladas hasta ahora;
tienen viviendas buenas y cómodas, muchas comidas, y también vinos blancos y
tintos, pero no de uvas".
Son abundantes y documentados los testimonios posteriores de
los escribidores de Indias donde dan cuenta de la transformación del maíz en
bebida alcohólica a la que eran aficionadas las grandes mayorías, no solo con
fines ceremoniales sino simplemente como diversión y compensación por las
amarguras de la vida.
Igual que en todas las demás culturas del mundo, lo
consideraban un milagro
¿A qué sabría ese vino de maíz que bebían nuestros
antepasados antes de la llegada de los europeos? Galeotto Cey es uno de los
pocos, si no el único, en describirlo, diciendo que tardó diez años en probarlo
y que luego de una enfermedad se vio obligado a hacerlo: "es como beber
vinagre aguado, o para explicarlo mejor, enjuague de bocal de dos días".
Obviamente su referencia gustativa era el vino de uvas por
lo que la cata comparativa no procede y su observación tiene más un valor
testimonial que organoléptico.
Cey es el primer reportero que vivió in situ los inicios de
la conquis-ta y el poblamiento hispano en Venezuela. En su relato nos habla de
cómo los indígenas preparaban chicha del mismo maíz con que hacían las
hallacas: "De este grano hacen los indios además una bebida, del mismo
modo que la de raíz de yuca, y de otra forma asan el maíz sobre una tortera,
después lo muelen un poco y lo ponen a cocer con agua, y un poco de pan, del de
las hallacas, masticado, y luego de bien hervido lo ponen en ciertas vasijas a
reposar, y al cabo de dos o tres días está listo para beber: lo que sale
primero, claro, lo llaman algunos "carato" otros
"pichi-puro" y otros "chicha", a lo que resta que es como
agridulce llaman "mazzato".
Así como hoy tenemos diferentes vinos, unos cotidianos,
otros de reserva, y los grandes crus franceses, la chicha indígena podía ser
para consumo diario o para actividades ceremoniales. El jesuita italiano Felipe
Salvador Gilij, quien fue misionero en la Provincia de Venezuela por die-ciocho
años desde 1748, y escribió el valioso Ensayo de Historia Americana, se refiere
a esta bebida diciendo que una es buena para embriagar y otra solo para aplacar
la sed. De la primera anota dos clases: "la una, diremos así, diaria y la
otra de fiesta, la una trivial, y la otra noble.
He aquí la ordinaria buena, que se hace de maíz machacado. A
las mujeres, como yo decía, corresponde prepararla". Para la fermentación
del grano empleaban dos tipos de levadura, una hecha con batata dulce cocida y
otra más peculiar de saliva humana: "Mientras se cuece por las indias la
indicada cocción están al lado de ella dos mujeres, jóvenes por lo general, las
cuales a dos carillos mastican granos de maíz para llenar una totuma, la cual
se vacía después, y se mezcla dentro de la olla, como dijimos, batatas cocidas
y machacadas. Cosa más repugnante no puede pensarse. Y sin embargo estas
bebidas son tenidas allí por sabrosas... Yo probé más de una vez la una y la
otra chicha, y no sabría a cuál de las dos dar preferencia".
Siglos antes de que el científico francés Louis Pasteur
estudiara los procesos de fermentación y la acción de los organismos vivos,
antes, mucho antes de que se inventara la palabra levadura, nuestros primeros
compatriotas sabían que el azúcar de las frutas y los cereales podía
convertirse en alcohol para ser bebida de múltiples maneras, aportando momentos
de felicidad a los afortunados que lograban acceder a ella. Igual que en todas
las demás culturas del mundo, lo consideraban un milagro que había que
agradecer a los dioses. No podía ser de otra manera.
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