El nombre Sumito Estévez invoca a continuación
los vocablos gastronomía, comida, fogones y un largo
etcétera culinario. Sumito, sin embargo, decidió
además aplicarse al teclado e ir dejando rastro de lo
que hace, no solo escribiendo recetas, que ya sería
un registro; sino diciendo lo que piensa sobre la
importancia de las tradiciones, los sabores y los gustos
de un país. A su juicio esto es tan esencial como la
bandera, el escudo y el himno nacional.
En su reciente libro 12 pasos para cocinar la
imagen de un país, (editado por Ariel con prólogo
de Gastón Acurio), empieza el lector a constatar cosas
ya sabidas, pero que vienen al cerebro como en la
escena culminante de la película Ratatouille: se
vuelve a los recuerdos más remotos de la familia, de
la cocina de la abuela, de la madre. “Cada vez que
nuestras madres nos sobaban con amor la cara, sus
caricias olorosas a ají dulce nos regalaban un país”,
sentencia Estévez. Y más de uno habrá de darle la razón,
¿o no?
Así empieza el autor a hablar de los “descriptores” –
esos ingredientes esenciales–, las recetas –ese legado
tan indispensable para continuar tradiciones–, las
ferias gastronómicas –esos encuentros que dan
a conocer comidas propias de cada sector del país–.
Sumito no se queda solo en Venezuela, pero –por
supuesto– es un bajo continuo en todo el texto. A
ratos reiterativo, no deja de ser una lectura
agradable para un venezolano, porque necesariamente
se identifica o descubre historias o le invita a probar
sabores de los que va conociendo a través de la lectura.
No es un libro de recetas, no es un libro para invitar
a comer a tal o cual sitio, no es un libro para el
paladar. Es una especie de “hoja de ruta” para invitar
a los que quieran a hacer del país una marca a través
de los sabores que les son característicos; es un libro
para insistir en la gastronomía más como un
fenómeno cultural, turístico y de raigambre nacional
que un simple placer sibarita: “...la inserción en
el mundo global pasa primero por apropiarse con
orgullo y naturalidad de valores propios”. Y para
lograr esto hay que posicionar los nombres propios
de nuestros vinos, sopas, pasapalos... Sumito
insiste en que se debe hacer bandera con lo propio
y para ello hay que quererlo como tal. Que si
alguien dice “sushi” y piensa en Japón, diga
“arepa” y piense en Venezuela.
Además invita a periodistas, cocineros, escritores,
fotógrafos, videógrafos a dejar registro de todo
lo que se hace en Venezuela para hacer esa marca-país.
Estévez asegura que de este modo se influye
positivamente en las redes y se da a conocer lo
bueno que tiene la venezolanidad en todos los ámbitos
de la cultura y la tradición.
Pero no puedo despedir esta reseña sin ejercer mi
oficio de corrección: en la página 248 del libro,
Sumito se refiere a la frijolada que hacen en La
Asunción cada Viernes Santo, y dice: “introducen
el Santo Sepulcro a la catedral en medio de una misa
apoteósica”. He de advertir al lector que no se trata
de una misa, pues el único día del año litúrgico
en que no se celebra misa es el Viernes Santo. Ese
día se trata del Oficio de la Pasión del Señor.
Pero no me quedo en el “gazapo”. Es una bonita
historia para el epílogo del libro y para el comienzo
de unos cuantos emprendimientos.
12 pasos para cocinar la imagen de un país
Sumito Estévez
Ariel
Caracas, 2016
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