Dr. Johann Gottlieb Benjamín Siegert
Por JOSUÉ D. FERNÁNDEZ
El Nacional 05 DE ABRIL DE 2017 02:16 AM
En función de sus efectos, este amargo con parentesco
nominativo con el de Angostura se distanciaría bastante del que remedió una
epidemia de cólera en 1822, en momentos de violento ataque a la población de
Santo Tomás de Nueva Guayana en la ribera del Orinoco, también bautizada como
Ciudad Bolívar posteriormente. Muy al contrario, el de “Veneçiuela” se
aproximaría en generación de trastornos, aunque más graves aún, al producido
por la raíz venenosa de nombre vulgar “yuca amarga”, causante de decenas de
muertes e intoxicaciones, reportadas desde 2016 en un tercio de estados
venezolanos.
El nombre de Veneçiuela en referencia, por otra parte, lejos
de la atribución al país que mencionaría Américo Vespucio a Lorenzo de Medici
como “Pequeña Venecia”, de manera antagónica se ha querido discutir en
serio y en guasa que este más bien tendría procedencia anterior en voz de la
etnia Añú o Paraujana, la cual significaría “Agua Grande”, y con la que se
conocería la entrada al lago San Bartolomé, antecesor nominal del lago de
Maracaibo.
El inicio del destino de amargura por aquellos territorios
occidentales, extendido a una nación entera, se localizaría millones de años
atrás, con la desaparición de los dinosaurios, cuyos huesos fueron a reposar en
vastos cementerios sedimentados en enormes fosas. Lo que luego sería una
fortuna mundial derivada de sus propiedades como fuente de energía petrolera,
alta demanda y precios, allí se convertiría en tesoro de pocos que
esquilmaban la riqueza a la población entera, dejaría a todos en mayor pobreza
y debilitados para reclamar justicia a través de engaños y represión.
La desgracia proseguiría en principio, al filtrarse los
aceites minerales del subsuelo y pasar a contaminar los
reservorios de agua para el consumo de sus pobladores. Entonces la tragedia se
manifestó en abandono de la tierra y los cultivos, la ganadería y los campos,
porque sus habitantes se trasladaban a las ciudades para sobrevivir en
situación de marginalidad. Esa miseria la aprovecharon militares y charlatanes
para esclavizarles, con tratamientos populistas de distintos colores, en
diferentes momentos de su historia.
Semejante devastación del “Amargo de Veneçiuela” alcanzaría
lamentables extremos al suscitarse la interminable escasez de alimentos y
medicinas, en la antesala del 2020, cuando parte de la población se dedica a
comer residuos de basuras saqueados a los camiones recolectores y se entrega a
la muerte por la propagación de virus y bacterias de difícil combate. La “yuca
amarga”, empleada asimismo para apaciguar el hambre, únicamente complementaría
estragos irremediables por las altas dosis de cianuro en su composición.
La tarea urgente de este país de ahora es la de encontrar a
alguien que repita la dedicación del médico alemán Johann Gottlieb Benjamin
Siegert, quien hace 195 años dio con la fórmula del amargo de Angostura para
detener los avances del cólera. Tal vez ya no sea cuestión de medicamentos
convencionales, sino la de sanar mentes terriblemente envenenadas mediante
buenos ejemplos en los que prevalezcan la honradez y las nobles intenciones
para doblar 180° hacia destinos de paz, convivencia y progreso jamás
vistos por aquí.
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