Misión Gula de Miro Popic
Por un puñado de ron
TAL CUAL 03-04-17
Por un puñado de ron
TAL CUAL 03-04-17
De repente, el ron parece haberse puesto de moda. Todo el
mundo, al menos el tuitero, se ha ocupado de él. Bueno es aclarar entonces
algunas cosas.
La aventura del ron en Venezuela ha sido una constante lucha contra la adversidad y la arbitrariedad. Una batalla prolongada, desigual y contradictoria, representativa del espíritu mismo que dio origen a nuestra nacionalidad. Sin tradición ni arraigo pese a su larga de historia, alejado de un estatus social que dignifique su consumo, carente de referentes de identidad y continuidad pese a su fuerte vinculación con el territorio, sigue adelante sustentado solo en la tenacidad y tozudez de unos pocos emprendedores. Reconocido y premiado en todo el mundo, menospreciado localmente, nuestro ron parece encarnar como pocos la sentencia bíblica de que nadie es profeta en su propia tierra.
El peregrinar oficial de la caña en el territorio comienza con la fundación de El Tocuyo, en 1545, desde donde se extendió su cultivo hasta los extremos del país. Fue un trabajo lento y dificultoso, plagado de inconvenientes, donde el primero y principal fue la falta de mano de obra para el cultivo y extracción de la caña, carencia que tuvo que ser suplantada con mano de obra esclava, lo que cambió no solo la geografía física del paisaje intervenido, sino la geografía humana, que oscureció el color de la piel de sus habitantes y nos onduló el pelo.
La historia oficial de la caña en Venezuela, de la cual se han ocupado profesionales serios, como José Ángel Rodríguez, la ubican como primer documento en 1578, en una relación geográfica titulada Descripción de la ciudad del Tocuyo, donde se deja constancia de la existencia de algún azúcar entre las explotaciones agropecuarias de la zona, donde además se alaba las condiciones de clima y suelo para su explotación, cosa que efectivamente se comprobaría in situ con el éxito de su cultivo en los años posteriores. Para 1775, en una relación de Agustín Marón, había en la Provincia de Venezuela 348 trapiches. Otro relato, de 1741, de Miguel de Santiesteban, cuenta que en vez de monedas se utilizaban panecillos de papelón de dos libras “para establecer el precio de las cosas”.
Con la República, superados los estragos de la guerra, comenzó la producción legal del aguardiente de caña y llegó, por fin, el momento del ron que en gran medida ayudó a las tropas que acompañaron a Bolívar, aunque a él no le gustara mucho pues prefería el champán y los vinos de Burdeos, como contó uno de sus edecanes, Luis Perú de La Croix.
Tuvieron que pasar décadas para que el ron venezolano, producido en condiciones de libertad e independencia republicana, avanzara hacia el reconocimiento mundial, atravesando un camino plagado de dificultades, aciertos y desaciertos, pero con una visión clara de excelencia y calidad que, pese a los normales contratiempos históricos que afectan a toda industria, ha continuado hasta la actualidad. Lo confirman los premios y medallas que obtiene la D.O. Ron de Venezuela en cada competencia que participa. No fue fácil, pero se logró.
Curioso que los que más se quejan sean bebedores de cerveza y whisky.
La aventura del ron en Venezuela ha sido una constante lucha contra la adversidad y la arbitrariedad. Una batalla prolongada, desigual y contradictoria, representativa del espíritu mismo que dio origen a nuestra nacionalidad. Sin tradición ni arraigo pese a su larga de historia, alejado de un estatus social que dignifique su consumo, carente de referentes de identidad y continuidad pese a su fuerte vinculación con el territorio, sigue adelante sustentado solo en la tenacidad y tozudez de unos pocos emprendedores. Reconocido y premiado en todo el mundo, menospreciado localmente, nuestro ron parece encarnar como pocos la sentencia bíblica de que nadie es profeta en su propia tierra.
El peregrinar oficial de la caña en el territorio comienza con la fundación de El Tocuyo, en 1545, desde donde se extendió su cultivo hasta los extremos del país. Fue un trabajo lento y dificultoso, plagado de inconvenientes, donde el primero y principal fue la falta de mano de obra para el cultivo y extracción de la caña, carencia que tuvo que ser suplantada con mano de obra esclava, lo que cambió no solo la geografía física del paisaje intervenido, sino la geografía humana, que oscureció el color de la piel de sus habitantes y nos onduló el pelo.
La historia oficial de la caña en Venezuela, de la cual se han ocupado profesionales serios, como José Ángel Rodríguez, la ubican como primer documento en 1578, en una relación geográfica titulada Descripción de la ciudad del Tocuyo, donde se deja constancia de la existencia de algún azúcar entre las explotaciones agropecuarias de la zona, donde además se alaba las condiciones de clima y suelo para su explotación, cosa que efectivamente se comprobaría in situ con el éxito de su cultivo en los años posteriores. Para 1775, en una relación de Agustín Marón, había en la Provincia de Venezuela 348 trapiches. Otro relato, de 1741, de Miguel de Santiesteban, cuenta que en vez de monedas se utilizaban panecillos de papelón de dos libras “para establecer el precio de las cosas”.
Con la República, superados los estragos de la guerra, comenzó la producción legal del aguardiente de caña y llegó, por fin, el momento del ron que en gran medida ayudó a las tropas que acompañaron a Bolívar, aunque a él no le gustara mucho pues prefería el champán y los vinos de Burdeos, como contó uno de sus edecanes, Luis Perú de La Croix.
Tuvieron que pasar décadas para que el ron venezolano, producido en condiciones de libertad e independencia republicana, avanzara hacia el reconocimiento mundial, atravesando un camino plagado de dificultades, aciertos y desaciertos, pero con una visión clara de excelencia y calidad que, pese a los normales contratiempos históricos que afectan a toda industria, ha continuado hasta la actualidad. Lo confirman los premios y medallas que obtiene la D.O. Ron de Venezuela en cada competencia que participa. No fue fácil, pero se logró.
Curioso que los que más se quejan sean bebedores de cerveza y whisky.
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