El Nacional 19 DE MARZO DE 2017 12:38 AM
Lo he contado en otras ocasiones, pero recordaré siempre el
momento en el que la educadora Josefina Urdaneta, fundadora del Instituto
Montecarmelo, me salvó de una situación incómoda. Nos reunía un burocrático e
inútil encuentro con ateneístas del país en tiempos en los que fui director de
la Cinemateca Nacional. Se trataba de una reunión aburrida presidida por una
mujer áspera, indomable, ejecutiva y mandona. Cuando llegó la hora del
almuerzo, me senté en una mesa en la que estaba Josefina Urdaneta y otras
víctimas del encuentro. Y se presentó, altiva y perentoria, la presidenta
conminándome a levantarme y sentarme a su lado en la mesa presidencial. Era,
precisamente, lo que yo estaba evitando, pero estaba atrapado y no podía
negarme. Fue cuando Josefina, sin levantar la voz, dijo: “¡Él no puede
levantarse y abandonar esta mesa!”. “¿Por qué no?”, preguntó la presidenta con
airada y destemplada voz. Y Josefina, sin levantar la vista de la mesa
respondió con suavidad: “¡Porque él ya partió el pan!”.
La respuesta deslumbró a todos, adormeció la prepotencia
ateneísta que, azorada y sin saber qué hacer, desistió de inmediato de su
empeño y permitió que se cubriera de sacralidad el tiempo de nuestro almuerzo.
El pan es símbolo de alimentación y se le menciona en los
vastos dominios de la cristiandad como el mayor alimento espiritual, al punto
de que Cristo, en la Eucaristía, es “el pan de la vida”. Yo fui el primero de
los invitados al festival de cine de Tashken en bajar del tren en Samarkanda y,
en el andén, un grupo de hermosas muchachas nos dio la bienvenida ofreciendo
pan y sal en medio del estrépito de largas trompetas. El pan es fecundidad,
pero también es perpetuación, de allí su forma generalmente relacionada con la
sexualidad.
¡El pan es bíblico! ¡Está en Lucas y en Mateo! Cuando
Satanás tienta a Cristo en el desierto, lo increpa diciendo: “Si eres Hijo de
Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Pero Él responde: “Escrito
está: no solo de pan vive el hombre”. La sentencia se encuentra escrita en el
Deuteronomio o Libro Quinto de Moisés: “Él te humilló y te hizo sufrir hambre,
pero te sustentó con maná, comida que tú no conocías ni tus padres habían
conocido jamás. Lo hizo para enseñarte que no solo de pan vivirá el hombre,
sino que el hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca del Señor”.
Pero en la Venezuela afligida y castigada por la ineficacia
del régimen militar la frase ha perdido soporte y nos obliga más bien a
sostener que: “¡Solo de pan vive el hombre!”, agregando de inmediato y con
desaliento la certidumbre de que tal vez había más pan en el desierto de las
tentaciones que en la Venezuela del narcotráfico y del desafuero militar.
Hemos alcanzado el privilegio de ser el único lugar en el
mundo donde uno entra en una panadería y pregunta: “¿Hay pan?”, y el panadero responde:
“¡No! ¡No hay!”.
¿Qué fue lo que escribió Clemente de Alejandría, el primer
doctor de la Iglesia griega hacia el año 200? Escribió, palabras más, palabras
menos: “¡Bendito sea aquel cuya semilla sacia el hambre gracias a una correcta
distribución del pan!”. Y Belén, en hebreo, significa “Casa del pan”,
entendiendo que se trata no del pan como alimento material sino como supremo
alimento del espíritu.
Cuando recuerdo hoy a los franceses de mis años adolescentes
en París, salir de la boulangerie y caminar por las calles con
la baguette bajo el sobaco, casi me pongo a llorar de
nostálgica envidia porque en aquellos tiempos censuraba con acritud lo que me
parecía una conducta antihigiénica. ¡Aquellos antipáticos parisinos tenían pan;
lo que no tengo hoy en el país de la echonería!
El país bajo el régimen militar no es alegre. ¡Hay
desaliento porque no hay pan! Es un país tan triste como un carnavalito
boliviano.
Es desconcertante: las palabras siempre amenazantes de
Nicolás Maduro caen como piedras al suelo y nadie las recoge. ¡Son inútiles! En
cambio, las migajas de pan que caen de la boca del satisfecho, caen y son
recogidas con ávida precipitación por personas no necesariamente indigentes que
rebuscan en la basura algo de comer. Almagro: somos 3 millones de pobres almas
hurgando en las basuras. Un dato para que lo comuniques a los indiferentes
mandatarios agrupados en la OEA, para ver si logras conmoverlos.
Quedamos con la boca abierta de estupor cuando nos enteramos
de que William Contreras, superintendente para los derechos económicos, amenaza
a los panaderos con alguna estúpida sanción si permiten que se formen colas
frente a las panaderías. El funcionario considera que los panaderos están
maltratando al pueblo. Me parece que es llevar la irresponsabilidad a niveles
delirantes: ¡proyectar en los otros nuestras propias culpas! El delito lo
cometo yo, pero quien va a la cárcel eres tú. Yo desato la crisis en la
economía, pero eres tú quien la convierte en una “guerra económica”. Roban en
mi casa, pero voy preso por dejarme robar. No te doy harina, pero tienes que
producirme pan. Yo fomento las colas frente a tu panadería, pero tú eres el
culpable de que se formen frente a tu negocio. ¡Esta es la mentalidad militar!
Y ahora, ¿cómo salimos de ella?
Por este camino, superintendente, la vida para usted es un
soplo, como dijo el coronel al constatar que no tenía quien le escribiera.
La cuestión es: ¿hasta cuándo seguiremos preguntando si hay
pan cada vez que entramos en una panadería?
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