Querido pan:
Te escribo esta carta a modo de despedida, pues ya sé que si
tu elaboración llega a caer en manos del rey Sadim –y todo apunta hacia allá-,
no volveré a verte. Por muchos años fuiste compañero inseparable de mi vida,
desde aquellos “sangüichitos” de jamón y queso planchados con la tapa de una
olla vieja sobre un budare de aluminio al fuego, que mi mama –que era buena
como tú- preparaba y que poblaron mis meriendas de primaria.
Como olvidar -en aquellos legendarios tiempos del “pan de a
locha”-tu olor de recién horneado en panadería Miranda, en la esquina de
la avenida homónima, cruce con 5 de julio en Maracay, cuando un bolívar
compraba 8 panes calenticos y se llegaba a la casa con uno menos. ¿Por
qué los panaderos se volvieron tan malas personas de repente? ¿Qué hace que te
tengan tanto pánico, pan? ¿Qué motiva en ellos la insana pretensión de querer
hacer cachitos, pan dulce, palmeras y cientos de otras creaciones diabólicas,
enemigas tuyas? Responde, Manuel, es contigo: ¿ você ficou louco ou o quê?
De tan cotidiano que eras, uno ni pensaba en ti. Nunca
fuiste un problema ni una dificultad. Eras lo que teníamos siempre más a mano
para resolver. Por algo tu nombre ha sido históricamente sinónimo de alimento.
Por algo apareces en los dichos: “al pan pan y al vino vino”, decía uno cuando
quería significar que cada cosa debe llamarse por su nombre. Son frases que
perderán vigencia en Venezuela. Nuestros niños nunca entenderán eso de que “a
falta de pan buenas son tortas”, porque es justamente lo que nuestro gobierno
no admite: otra torta que no sea la suya.
Tu ausencia tendrá incluso consecuencias religiosas. El
próximo paso será encarcelar a las monjitas que fabrican hostias y hasta la
liturgia tendrá que ser cambiada para omitir en el Padrenuestro aquello
de: “danos hoy nuestro pan de cada día”, porque eso de pedirle a Dios, en estos
tiempos, un pan diario, es como mucho abuso. Los griegos te consideraban
sagrado. Tan importante llegaste a ser que fuiste en Roma alimento solo de la
clase adinerada, como serás ahora solo alimento de la nueva oligarquía. Por eso
los emperadores romanos resolvieron darte gratuitamente al pueblo, junto con la
diversión que distrae y proporciona olvido evasivo de los malos gobiernos. De
allí viene aquello de “pan y circo”. La expresión se atribuye al poeta latino
Juvenal, uno que 2000 años más tarde montó un supermercado en San Luis:
“…desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—,
este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos,
haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos
cosas: pan y circo”. Como ves, los romanos no solo nos legaron el
derecho, sino que también el populismo (el pan no se bota y tampoco el voto).
La frase nos resume bien: nos mantienen tan ocupados buscando el pan de cada
día, que hemos perdido el interés por la causa del hambre. Dependemos de las
migajas que caen del banquete del emperador, ¿quién se atreverá a rebelarse?
Afortunadamente el mismo que nos arrebata tu presencia es generoso en el circo
que nos marea y confunde. Tanto que a veces cuesta creer que este es el mismo
pueblo que “el yugo lanzó”.
Bueno, querido pan. Estoy seguro que más temprano que tarde,
transitaras nuevamente las amplias alamedas en las bolsas de siempre, con los
bolsas de siempre. Mientras, guardo unas rebanadas de recuerdo en el congelador
de mi nevera, por si se acaba el mundo y vienen arqueólogos extraterrestres a
explorarnos quede al menos el recuerdo de que entre nosotros exististe alguna vez.
Bye, bye pan.
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