Alberto Soria
Etiquetas psicológicas
En la modernidad, una botella se parece cada vez más a un pantalón. Inventado este como prenda para guerreros de arco y flecha montados en un caballo, su extendido consumo global hoy depende de la etiqueta. No por lo que es o dice, sino por lo que sugiere.
I.
Hasta mediados del siglo XX había una lógica y una racionalidad en el mundo de las botellas: las de vino eran eso. El vodka contenía aguardiente para personas que viven bajo cero. Los marineros se sentían dueños del ron, y el tequila era trago de charros. Hoy no. Las botellas no encierran lo que los hombres obtienen de los viñedos, plantaciones de caña o cereales y destilerías, sino deseos, ambiciones, antojos y sutilezas.
El contenido de las botellas –como nunca antes en la historia de las civilizaciones– reside en la mente del consumidor, al que se sugestiona, ilustra, o marea.
Las bebidas en la modernidad andan constantemente en la búsqueda de psicólogos para bucear entre razones y reacciones; de sociólogos, para entender raíces y diferencias; de especialistas en marketing, para buscar sintonías con el mercado. Necesitan publicistas para transmitir mensajes. Y, finalmente, de consumidores en focus-group, donde se les pregunta por qué, cambian tanto; por qué ya no son tan predecibles como ayer. Es decir, hace apenas 25 años.
Así, para la venta y consumo, la etiqueta psicológica prevalece ahora sobre el contenido. Ahora en este negocio de saberes y heredades, de tradición y emblemas centenarios, la etiqueta psicológica y no la racionalidad de los atributos específicos de alcoholes de 11 a 44 grados condiciona preferencias, dispara o frena demandas de compras.
En el mundo de los destilados, ron, vodka y tequila han sido transformados –por acto cercano a la magia–, de trago de tipos rudos que desafían el clima, la soledad y las asperezas de la vida, a copa elegante de sílfides y vestales. En lugar de fuego, simbolizan juventud, urbanidad, delicadeza. Futuro, no pasado.
II.
La etiqueta psicológica es hoy “la” etiqueta. Que ya no está en la botella, sino en la mente del consumidor.
Interrogado sobre la tendencia, Jean Guy Loustau, autoridad francesa en vinos, explicó así el fenómeno: “Las gentes beben lo que se merecen, y los que se refugian tras las etiquetas, beben etiquetas”
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