A la mesa con el memorioso
El nacional 2 DE MAYO 2013
Cuando inesperadamente Simón Alberto Consalvi se fue, tres lágrimas cayeron sobre el mantel. Una era de la cultura, la otra de la educación y la tercera –más densa y pesada– provenía de la sabiduría.
Desde esas tres virtudes la sociedad lloraba así, en silencio, sin estruendo, como era su estilo, el espacio que dejaba en la mesa de los venezolanos.
I
A un mes del episodio que aún nos resulta difícil de admitir, la primera sensación es que nos hemos quedado sin memoria y referencia.
Consalvi pertenecía al grupo de los fantásticos historiadores contemporáneos que el país tiene, y que, sentados a la mesa, la iluminan.
Era un memorioso. Su silla ha quedado vacía, pero ahora allí se va a sentar no el recuerdo sino la memoria del país que fuimos, el que ahora somos y, gracias a la percepción de eso, la noción de lo que podemos, queremos y debemos ser.
II
Cuando la inteligencia y las buenas maneras van a una cena, siempre asoma Epicuro. Al fin de cuentas, en el fast-life de la sociedad contemporánea se le recuerda hoy más por el placer que por todo lo que enseñó sobre la prudencia.
Frente a la noción de vida rápida y placer instantáneo, Consalvi navegaba en forma infatigable contra la corriente. No lo hacía solo. En la tertulia que se servía antes y después de una comida, llevaba consigo a Epicuro.
Una noche trajo también a Spinoza. Ante la sospecha de espejitos de colores que después la sociedad fue convirtiendo en clamor, el “desconfía” de éste –explicó– ha rescatado de las penumbras de las citas las antiguas sentencias de Epicuro. Explicándolo de forma simple, dijo: “La prudencia forma parte del oficio del alpinista o del marinero”. Porque una moral sin prudencia puede resultar vana y peligrosa.
III
“Del mismo modo que la sencillez es la virtud de los sabios y la sabiduría la de los santos, la tolerancia es la sabiduría y virtud para aquellos –todos nosotros– que no somos ni lo uno ni lo otro”, escribió mientras caminaba hacia un almuerzo André Comte-Sponville.
Como hacía a veces cuando asomaba en silencio por encima del hombro para leer textos, uno intuye que Simón Alberto Consalvi lo hace con esta cuartilla y comenta que se nos fue la mano en el primer párrafo. No, maestro, responde uno. Es que con los tiempos que corren se nos olvidó mencionar la tolerancia. Esa pequeña, accesible, necesaria virtud que usted sobre nosotros ejercita. Es una proyección –nos explicó una vez– del gentilicio venezolano.
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