Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP

Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP
Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP del cual fue su Coordinador al inicio. GASTRONOMIA (del griego γαστρονομία)es el estudio de la relación del hombre con su alimentación y su medio ambiente o entorno.Gastrónomo es la persona que se ocupa de esta ciencia. A menudo se piensa erróneamente que el término gastronomía únicamente tiene relación con el arte culinario y la cubertería en torno a una mesa. Sin embargo ésta es una pequeña parte del campo de estudio de dicha disciplina: no siempre se puede afirmar que un cocinero es un gastrónomo. La gastronomía estudia varios componentes culturales tomando como eje central la comida.Para mucha gente, el aprender a cocinar implica no solo encontrar una distracción o un pasatiempo cualquiera; pues cocinar (en un término amplio) es más que solo técnicas y procedimientos... es un arte, que eleva a la persona que lo practica y que lo disfruta. Eso es para mi la cocina, con mis obvias limitaciones para preparar diversos platillos, es una actividad que disfruto en todos sus pasos, desde elegir un vegetal perfecto, pasando por el momento en que especiamos la comida, hasta el momento en que me siento con los que amo a disfrutar del resultado, que no es otro más que ese mismo, disfrutar esta deliciosa actividad o con mis alumnos a transmitirles conocimientos que les permitirán ser ellos creadores de sus propios platos gracias a sus saberes llevados a sabores

sábado, 5 de julio de 2014

Miguel Brascó (Sastre, 14 de septiembre de 1926 - Buenos Aires, 10 de mayo de 2014) fue un escritor, humorista, dibujante, editor, crítico y sibarita argentino que se desempeñaba principalmente como especialista en vinos y comida gourmet. También fue abogado y periodista.

Nació el 14 de septiembre de 1926 en la localidad de Sastre (Santa Fe) y vivió hasta los doce años en Puerto Santa CruzPatagonia. Descendiente de catalanes, estudió en en el Colegio Nacional de Santa Fe, abogacía en la Universidad Nacional del Litoral y el posgrado de derecho en Universidad Central de Madrid con Carlos Bousoño y Vicente Aleixandre. En Santa Fe perteneció al grupo de artistas santafesinos Espadalirio (fundado en 1945), dirigió la emisora radial, hizo teatro, jazz y tradujo a poetas alemanes e ingleses.
Publicó un libro de cuentos, Criaturas triviales, uno de vinos, Anuario Brascó con Fabricio Portelli, cuatro de poesía y la novela Quejido Huacho. Esta novela le dio la oportunidad de entrecruzar sus registros y sus saberes, mundanos, periodísticos y literarios, en el periplo de un ingeniero que salió a la ruta para ser atacado por las complicaciones de una realidad que antes desconocía.
Amigo personal de Quino, hacia 1962 habían compartido páginas en las revistas Tía Vicenta de Juan Carlos Colombres("Landrú") y "Cuatro Patas", una creación de Carlos del Peral. Como consideraba a su amigo un gran dibujante, y un genial argumentista es quien le sugiere una tira cómica que habría de publicarse de manera encubierta en algún medio, para promocionar los electrodomésticos Mansfield producidos por Siam Di Tella.
Como el nombre de todos los personajes debe empezar con "M", Quino crea una familia tipo en la que puede reconocerse a Mafalda y a sus padres. La tira va al diario "Clarín" que percibe la publicidad encubierta y la campaña no se hace. Brascó recibió las fallidas tiras en "Gregorio", el suplemento estable de humor de la revista "Leoplán", creado y dirigido por él, y en el que colaboraban firmas de la talla de Rodolfo Walsh, Carlos del Peral, Kalondi y Copi. Impresionado por el homenaje a "Periquita" que cree entrever en el dibujo de Mafalda, Brascó le publica tres de las tiras.
Desde mediados de la década del 70 y el principio de la década del 80 fue Director Editorial de la revista DinersEgo yStatus, donde reunió dos de sus pasiones más acendradas: el erotismo y la gourmandise, en crónicas fotográficas y relatos de bon vivant redactados con su particular estilo, plagado de imaginación y humorismo, y enriquecidos por sus característicos dibujos.
Fue secretario del selecto club Epicure en el Hotel Plaza (Buenos Aires) durante 15 años, amigo del Gato DumasAstor PiazzollaJulio Cortázar y es coautor de la canción Santafesino de veras junto a Ariel Ramírez y del triunfo de estilo anticolonialista "La Vuelta de Obligado", con música de Alberto Merlo. Vivió en PerúSueciaHolanda y España.
En su vasta carrera que le valió en 1984 el Diploma al Mérito Konex de los Premio Konex en el rubro Literatura de humor, ha editado, además, revistas-objeto como Claudia o Cuisine & Vins, entre otras publicaciones.
En canal Gourmet realizó cortos con comentarios enológicos y anécdotas, en los que relataba historias de vinos y de lugares famosos por sus cosechas, en especial de su propio país.
Murió el sábado 10 de mayo de 2014 tras sufrir un ACV que lo mantuvo internado tres semanas. Brascó tenía 87 años de edad.

Publicaciones Selectas

  • 1946, Raíz Desnuda.
  • 1961, Las Tribulaciones del amor.
  • 1964, La máquina del mundo.
  • 1999, Quejido Guacho.
  • 2006, Pasarla Bien.
  • 2012, El Prisionero. Novela, Editorial Vocación.1

CARPE VINUM

"Brascó fue el primer y más importante cronista y crítico de vinos de Argentina"

VLADIMIR VILORIA |  EL UNIVERSAL
sábado 5 de julio de 2014  12:00 AM
Nostalgia de Brascó 
"Soy Brascó, Miguel Brascó", se presentaba. Y si, tristemente se nos fue de este mundo, y dejó un hueco imposible de llenar. Entrañable y querido amigo con el que tanto aprendí de vino y la comedia humana, a Venezuela lo trajimos a participar en la 6ta. edición de El Vino Toma Caracas. Veterano de larga trayectoria, Brascó estuvo involucrado en casi todos los ámbitos de la cultura de su país, Argentina. Como diría Julián Gorodisher: "Es difícil lograr encasillar a Brascó: escritor, humorista, poeta, gourmet, artista plástico, abogado. 'La gente me dice: ¡Qué bien, una personalidad renacentista! Sin embargo, no es fácil vivir así. Imagínese, soy escritor, tengo tres novelas publicadas pero si voy a una reunión de novelistas lo primero que comentan cuando me ven llegar es: ¡Ahí viene Brascó, muy buen dibujante! Y si la convocatoria es de gourmets o sommeliers, la frase es: Te presento a Miguel Brascó, ¡extraordinario humorista!', apunta resignado".

Su prosa atrapó no sólo el sabor del vino sino entorno y contexto. Sostenía que fue por su condición de escritor originario que aquella táctica de "narrativizar la crítica" dio resultado. "El estilo me viene de la poesía -decía Brascó-, de narrar algo desde una vivencia fuerte y de huir del convencionalismo. Sólo un tipo que practica la sutileza de la poesía está acostumbrado a describir sensaciones. Los mejores escritores sobre vino vienen de la poesía".

Descubridor de Quino y por ende padrino de Mafalda, su aguda visión lo hizo uno de los personajes más importantes de la opinión argentina. Dedicado los últimos años de su vida a la gastronomía su cinismo y su lengua escéptica le hicieron muy bien a un tema que en el mundo hoy tiene un tufillo "bobeta y esnob", como él mismo decía.

Brascó fue el primer y más importante cronista y crítico de vinos de Argentina. A él, por ejemplo, no le gustó Mondovino, aquella extraña película de Nossiter. "Me dio la impresión de que está hecha con mala leche. El hecho de que hayan entrevistado a Arnaldo Etchart es de mala intención, porque está con Alzheimer y dice cualquier cosa. ¿Por qué no agarraron a Nicolás Catena, que es un príncipe?".

"Miguel Brascó: experto en vinos, profesión divertida pero que expande el diámetro de la zapán". Buen viaje, maestro, ¡y brindo por usted, con este Montchenot '99 de Bodegas López, uno de sus preferidos! 

Miguel Brascó: Las cien vidas de un sibarita

Hizo publicidad, fundó clubes, diseñó boliches, fue amigo de Cortázar y de Walsh y rescata palabras para describir vinos. La nueva novela de un hombre con mundo y proyectos. 
Por Cicco

Puede desconocer quién es Miguel Brascó. Puede desconocer su voz, su obra poética, sus novelas, su andar arrastrado, sus temidas críticas gastronómicas, pero no puede pasar por alto un hecho ineludible: su naso. Su naso, como aguijón en la cara, lo hizo célebre. Brascó sumergió su nariz en un sinfín de copas, la empleó para aspirar cuanto plato se le cruzó en programas culinarios y la llevó tan alto que dos bodegas bautizaron vinos en su honor. 
Brascó será experto en bodegas y comidas. Pero el que escribe esto es abstemio -al menos desde hace cuatro años- y tan flaco que cuando hizo el chequeo médico para entrar al servicio militar y le pidieron que se quitara la remera, el doctor hizo un gesto de espanto: "Ni hace falta que te pese, pibe -explicó-, con ese físico no servís".  
Así que aquí estamos en una parrilla de Puerto Madero llamada Le Grill. Brascó, que la conoce bien y la recomienda, viene con una nueva novela bajo el brazo, El prisionero, donde da cuenta de la vida de un recluso en tiempos de la Revolución francesa, que más que sufrir, lo que hace es comer, beber y tener tertulias pintorescas sobre política, Dios y, por supuesto, comida y bebida. Por mi parte, vengo sin nada bajo el brazo, ni siquiera desodorante, pero ando con buen apetito, así que liquido a gran velocidad la molleja de chivo que sirven de entrada. 
"Yo no suelo almorzar, porque cuando como, me gusta comer bien y tomar vino, y si almuerzo me duermo", dice Brascó, que se sienta y se le acercan dos mozos, algo temerosos. A la par viene el encargado del restaurante. "Pero voy a hacer la excepción contigo".  
"¿Quiere pedir a la carta, Miguel?", le ofrecen. 
"No, ustedes traigan", indica él. "Cuando un restaurante es bueno, lo que hay que hacer es intervenir lo menos posible. ¿No tomás vino? ¡Qué aburrido, viejo!".  
Un camarero descorcha un Merlot. Y Brascó le mete su famosa nariz. Es un momento delicado, expectante. El mozo siente que las cabezas pueden rodar. "Está bien", sentencia sin probarlo. 
Brando: ¿Los mozos le tienen miedo, no?  
Miguel Brascó: Los mozos no. Los dueños sí. Pero deben tenerle más miedo a Alicia Delgado,yo no soy tan importante.  
Brando: ¿Deja propina?  
Brascó: Claro, y bastante. Después de tanto tiempo, soy amigo de casi todos los mozos. Un amigo me dijo que tengo paladar de comedor de caviar pero bolsillo de pobre. Creo que tenía razón.  
Brando: Tengo la sensación de que el argentino es ideal para el chamuyo enológico.  
Brascó: No te creas. En todas partes es igual. Además, ese vocabulario fue desarrollado en Estados Unidos. Lo creó una mina, se llama "la rueda de los aromas". Y puso todo el vocabulario posible referido a los vinos. De ahí viene todo. La otra vez escuché a uno diciendo que un vino tenía el aroma del "recado de caballo que acaba de galopar". Demasiado para mí.  
Brando: Alguna vez djio que para ser un buen crítico de vinos, primero había que ser un poeta.  
Brascó: Es cierto. Creo que el enólogo y el escritor van muy bien. Yo saqué palabras del olvido para describir los vinos. La crítica necesita la perspicacia del que vivió la vida y el vocablo del poeta. Yo uso un vocablo preciso para cosas imprecisas. Uso arcaísmos, invento palabras. Para el 60% de los vinos no hay mejor descripción que decir "piripipí". 
Brando: ¿Qué tal "mustio"? Esa la escribe en su libro.  
Brascó: Ahí está. "Mustio", esa palabra sirve para describir un vino cansado.  
Brando: ¿Cuál fue el mayor bolazo que escuchó en una cata de vinos?  
Brascó: En una presentación, un enólogo reconocido tomó el vino, miró al techo -toda la liturgia de siempre- y dijo: "Cada vez que respiro este vino me acuerdo del olor de los pantalones de cuero de mi abuelo". Hubo un silencio en la sala. Un periodista preguntó: "Y, dígame, qué parte de los pantalones". Ese periodista era yo.  
Le traen un ojo de bife que llena todo el plato. Lo corta y está crudo, tirando a morado. Pero su nariz traza una línea vertical de aprobación. 
Brascó: Así es como tiene que estar la carne.  
Brando: Desde acá parece viva. Mi entraña, por suerte, vino más a punto.  
Brascó: El 90% de los argentinos devuelve una carne así. Pero es una locura. Si la carne está muy cocida, toda sabe igual. Yo con el pescado soy muy meticuloso. Si está cocido más de tres minutos, uno y medio por cada lado, lo devuelvo.  
Brando: ¿Se cansa de devolver pescados?  
Brascó: No, porque yo les aviso antes. Si está cocido, no hay forma de darte cuenta si es salmón, trucha o boga. Todos tienen el mismo gusto.  
Brascó fue muchos Brascó en una sola nariz: publicista, poeta, fundador de clubes de hombres, folclorista, abogado, diplomático, empresario de conciertos en Bolivia, funcionario universitario, empleado de corporación y diseñador de boliches. 
Fue amigo de Cortázar, de Rodolfo Walsh y de Xul Solar. Perdón, dijimos ¿diseñador de boliches? 
Brascó: Sí, fue una época. Hice murales en una boîte. Y también uno de ocho metros en el "futuro" Paseo Alcorta, pero no prosperó. Lo sacaron.  
Brando: ¿Y cómo le gusta que lo definan?  
Brascó: Como escritor. Yo siento que no soy un artista. Soy un escritor que dibuja. Ayer alguien me insistía para que hiciera una muestra de dibujos. Pero me da fiaca.  
Brando: Sin embargo, todos dicen que usted es un obsesivo del trabajo. Tiene 86 años, ¿para qué trabaja tanto?  
Brascó: Tengo la sensación de que la vida es muy efímera y necesito ponerme un deadline.Además de este libro, tengo uno de poemas y una nouvelle próximos a salir.  
Brando: No lo imagino amigo de Walsh. Parecen opuestos. Usted es más contemplativo y gastronómico. Él, aguerrido y frugal.  
Brascó: Nada que ver. Rodolfo tenía un gran sentido del humor y le gustaba mucho cocinar. Eso sí, una vez lo crucé en la avenida Santa Fe a las dos de la mañana y lo sorprendí de espaldas para darle un susto. Él me apuntó con una pistola. "No lo hagas nunca más", me dijo. Yo era joven, no sabía mucho.  
Brando: Me gustaría hablar de sus clubes masculinos.  
Brascó: Fundé tres. De dos me echaron.  
Brando: Fa.  
Brascó: Yo trataba de reivindicar el concepto de club. Estaba hecho para invitar a amigos a comer y no tener que lavar. Eran solo treinta socios. Y no podían entrar mujeres. Pero qué pasó: cuando el club adquiría prestigio, el restaurante crecía. El socio podía cocinar en una cocina profesional y el restaurante aportaba todo. El único club del que no me echaron fue el Epicure,donde un día me tocó limpiar veintiocho patas de cordero.  
Brando: ¿Llevaban mujeres?  
Brascó: Era solo para hombres.  
Brando: Pero ¿no convocaban a mujeres para el postre?  
Brascó: No se confunda. Era un club para comer y beber. No mezclábamos los tantos.  
Brando: ¿Le gusta combinar la comida con las mujeres?  
Brascó: Para nada. Cuando voy a esos restaurantes árabes y vienen las mujeres a bailar, para serle sincero, lo padezco. Cuando uno va a comer, come. A lo sumo, solo debe conversar, pero no tanto como usted me está haciendo hablar.  
"Ah, mirá quién está acá", dice mientras una mujer de unos 40 se acerca a saludar a Brascó, que le da un buen beso. "Esta es mi novia no oficial", dice él. "Lo que pasa es que está casada". La mujer, que dirige la agencia de prensa que maneja la parrilla, le pregunta por su salud. "Me operaron de cataratas. Antes leía el diario con lupa. Ahora puedo ver sin anteojos. Y, además, puedo ver a través de los textiles", Brascó achina los ojos con un destello de maldad. "Funciona muy bien con las mujeres".  
Brando: Dos preguntas sobre su fantástica novela El prisionero. Leí una tercera parte, esto para un periodista es un récord. Cuando describe a la amante de Lucien, el protagonista dice que tiene pechos bíblicos, ¿a qué se refiere?  
Brascó: Me refiero a esos pechos firmes que se ven detrás de la telita. Esos son pechos bíblicos. 
Brando: ¿Por qué inventó una prisión como Maubeuge, donde los reclusos comen y beben como reyes y donde no hay cerrojos?  
Brascó: Antes, en las cárceles se comía muy bien. El tema de la falta de cerrojos parte de mi idea de la libertad. Yo soy un convencido de que más valiosa que la libertad física es la libertad existencial.  
"¿No le gustó, señor Brascó, la carne?", le consultan. 
Brascó: Todo muy rico, lo que pasa es que no se debe charlar tanto cuando uno come.  
Y llega entonces el momento en que, sin titubeos, Brascó se limpia las miguitas del pantalón, deja a un costado los cubiertos, un ejemplar de su novela y anuncia sin más: "Bueno, che (bufa), pongámosle fin a esta entrevista". Y eso es todo. Es su modo elegante y sofisticado de cerrar al público sus fosas nasales. 

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