Menús infantiles: ¿Adultos sin paladar?
Vanessa Rolfini
VANESSA ROLFINI | EL UNIVERSAL
martes 15 de julio de 2014 06:02 PM
Resulta que ahora a los niños hay que cocinarles aparte. Como si su paladar no soportase ciertos sabores, texturas y aromas. Los tratamos como comensales de segunda, incapaces de digerir, asimilar, aprender y discernir.
Actualmente, trasladamos a los "menús infantiles" el compendio de las limitaciones alimenticias de los adultos: nuggets de pollo o pescado, pastichos ricos en queso y salsa, papas fritas, pizza, pasta con mucho queso fundido, salsa rosada o jamón endiablado; sánduches de jamón y queso, jugos azucarados, por solo mencionar los más populares. Con suerte se cuela alguna crema de vegetales, arepa con queso, bollitos, arroz con carnes blancas o rojas, granos o carne a la plancha. En lo que resulta un menú ajeno, sin raíces, limitado, aburrido, bajo en nutrientes, que brilla por la ausencia de vegetales y frutas frescas y alto en grasas.
Lo más alarmante es el mensaje que se transmite, al afirmar a gritos que la comida que comen los adultos no es buena, sabrosa o apta para ellos.
No recuerdo que en mi casa se hicieran platillos aparte para mi hermano y para mí, muy por el contrario, se servía un menú único. Al punto, que cuando se manifestaba aversión por un ingrediente, la creatividad de la cocinera lo variaba de tal manera, que terminábamos comiéndolo por no pelear más una batalla que sabíamos perdida y terminamos entendimos la máxima de probar antes de rechazar cualquier bocado. Lo cual agradezco el día de hoy, porque la gente limitada para comer pasa mucho trabajo en la vida.
Pero eso es educación de casa, en un país donde parece que el día a día, tiene otras prioridades ajenas a la cocina, donde se imponen comidas congeladas, pre elaboradas, producto del apuro y la comodidad. Lo peor es que además de borrar y no formar el paladar de los niños, estamos alimentando futuros enfermos. Basta ver las estadísticas de muerte en Venezuela, donde en el pódium de honor junto a la violencia, están las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
Amaestramos el paladar en todo sentido. A los niños se les instruye en comer bien o mal, porque salvo contados sabores, la mayoría de éstos son aprendidos. Tan cierto es esto, que he visto en familias donde se cultiva la buena mesa, que los niños comen vegetales, frutas, aceitunas, pescados y mariscos, frutos secos, variedad de quesos, especias, incluso preparaciones más complejas que ameritan largas horas de cocción.
El filósofo vasco Daniel Innerarity afirma "los niños de hoy no saben de dónde procede un bistec, o la leche, y cuando dibujan una gallina la pintan desplumada y asada, sin cabeza, ni patas. En muy pocas generaciones se ha logrado que la precepción de los ingredientes cambie radicalmente".
La otra lección que damos a los niños, es que pagamos más por menos calidad. Por ejemplo, aterroriza la calidad de las pechugas de pollo infladas, insípidas, con una textura casi gomosa, que al descongelarse se reducen a la mitad. Son mucho más costosas que un pollo completo que ofrece muchas posibilidades en la cocina. A lo que se suma que la falta de sabor la suplimos con salsas de procedencia industrial, con elevados contenidos de colorantes, grasas y saborizantes artificiales, como consecuencia de un paladar anestesiado, que cada vez necesita que le suban más el volumen para poder percibir "algo".
Si los menús infantiles actuales dan pistas los gustos del mañana, estamos en un verdadero aprieto. Se desdibujan las referencias de sabores y olores que nos son propias, y los hemos sustituido por otros artificiales y ajenos. Estamos formando futuros comensales enfermos y sin memoria gustativa.
Actualmente, trasladamos a los "menús infantiles" el compendio de las limitaciones alimenticias de los adultos: nuggets de pollo o pescado, pastichos ricos en queso y salsa, papas fritas, pizza, pasta con mucho queso fundido, salsa rosada o jamón endiablado; sánduches de jamón y queso, jugos azucarados, por solo mencionar los más populares. Con suerte se cuela alguna crema de vegetales, arepa con queso, bollitos, arroz con carnes blancas o rojas, granos o carne a la plancha. En lo que resulta un menú ajeno, sin raíces, limitado, aburrido, bajo en nutrientes, que brilla por la ausencia de vegetales y frutas frescas y alto en grasas.
Lo más alarmante es el mensaje que se transmite, al afirmar a gritos que la comida que comen los adultos no es buena, sabrosa o apta para ellos.
No recuerdo que en mi casa se hicieran platillos aparte para mi hermano y para mí, muy por el contrario, se servía un menú único. Al punto, que cuando se manifestaba aversión por un ingrediente, la creatividad de la cocinera lo variaba de tal manera, que terminábamos comiéndolo por no pelear más una batalla que sabíamos perdida y terminamos entendimos la máxima de probar antes de rechazar cualquier bocado. Lo cual agradezco el día de hoy, porque la gente limitada para comer pasa mucho trabajo en la vida.
Pero eso es educación de casa, en un país donde parece que el día a día, tiene otras prioridades ajenas a la cocina, donde se imponen comidas congeladas, pre elaboradas, producto del apuro y la comodidad. Lo peor es que además de borrar y no formar el paladar de los niños, estamos alimentando futuros enfermos. Basta ver las estadísticas de muerte en Venezuela, donde en el pódium de honor junto a la violencia, están las enfermedades cardiovasculares y la diabetes.
Amaestramos el paladar en todo sentido. A los niños se les instruye en comer bien o mal, porque salvo contados sabores, la mayoría de éstos son aprendidos. Tan cierto es esto, que he visto en familias donde se cultiva la buena mesa, que los niños comen vegetales, frutas, aceitunas, pescados y mariscos, frutos secos, variedad de quesos, especias, incluso preparaciones más complejas que ameritan largas horas de cocción.
El filósofo vasco Daniel Innerarity afirma "los niños de hoy no saben de dónde procede un bistec, o la leche, y cuando dibujan una gallina la pintan desplumada y asada, sin cabeza, ni patas. En muy pocas generaciones se ha logrado que la precepción de los ingredientes cambie radicalmente".
La otra lección que damos a los niños, es que pagamos más por menos calidad. Por ejemplo, aterroriza la calidad de las pechugas de pollo infladas, insípidas, con una textura casi gomosa, que al descongelarse se reducen a la mitad. Son mucho más costosas que un pollo completo que ofrece muchas posibilidades en la cocina. A lo que se suma que la falta de sabor la suplimos con salsas de procedencia industrial, con elevados contenidos de colorantes, grasas y saborizantes artificiales, como consecuencia de un paladar anestesiado, que cada vez necesita que le suban más el volumen para poder percibir "algo".
Si los menús infantiles actuales dan pistas los gustos del mañana, estamos en un verdadero aprieto. Se desdibujan las referencias de sabores y olores que nos son propias, y los hemos sustituido por otros artificiales y ajenos. Estamos formando futuros comensales enfermos y sin memoria gustativa.
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