Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP

Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP
Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP del cual fue su Coordinador al inicio. GASTRONOMIA (del griego γαστρονομία)es el estudio de la relación del hombre con su alimentación y su medio ambiente o entorno.Gastrónomo es la persona que se ocupa de esta ciencia. A menudo se piensa erróneamente que el término gastronomía únicamente tiene relación con el arte culinario y la cubertería en torno a una mesa. Sin embargo ésta es una pequeña parte del campo de estudio de dicha disciplina: no siempre se puede afirmar que un cocinero es un gastrónomo. La gastronomía estudia varios componentes culturales tomando como eje central la comida.Para mucha gente, el aprender a cocinar implica no solo encontrar una distracción o un pasatiempo cualquiera; pues cocinar (en un término amplio) es más que solo técnicas y procedimientos... es un arte, que eleva a la persona que lo practica y que lo disfruta. Eso es para mi la cocina, con mis obvias limitaciones para preparar diversos platillos, es una actividad que disfruto en todos sus pasos, desde elegir un vegetal perfecto, pasando por el momento en que especiamos la comida, hasta el momento en que me siento con los que amo a disfrutar del resultado, que no es otro más que ese mismo, disfrutar esta deliciosa actividad o con mis alumnos a transmitirles conocimientos que les permitirán ser ellos creadores de sus propios platos gracias a sus saberes llevados a sabores

miércoles, 2 de julio de 2014

No solo el relleno hace la diferencia durante una noche en una arepera

REVISTA DOMINICAL 44 ANIVERSARIO

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Dios salve a la arepa

No solo el relleno hace la diferencia durante una noche en una arepera

Por: Paula Ortiz


Dios salve a la arepa
La arepa es nuestro punto de encuentro. (Créditos: Archivo)

Me lanza un beso, me dice “te amo” y rueda escaleras abajo. Son las 2:30 de la noche y es el primer personaje pasado de tragos con el que me topo en la arepera, donde durante la madrugada de un sábado comparto la faena de los empleados que atienden a la variada clientela. Como aquel beodo romántico, llegan muchos, cuenta José Cabezas, quien lleva más de dos años trabajando en el turno de la noche y ya está acostumbrado a dormir de día.
Si se mira por debajo de las mesa, se pasa la vista por una hilera de tacones, cholas, zapatos deportivos, y hasta botas de policías. Hay motorizados que no se quitan los cascos para hacer su compra e irse, amigas que comparten cachapas, familias que llegan completas –abuela y bebés incluidos- en la madrugada a comerse una arepa.
Las fotos a los platos y las autofotos no faltan. Posa, posa, posa… con la arepa en la mano. Los gritos en las mesas y las risas tampoco, y mucho menos la novia regañando al novio porque se manchó la camisa. Algunos salen y se fuman un cigarro para volver a entrar al establecimiento y seguir la tertulia.

¿Catira, pelúa o rumbera?
“Una vez vino Roxana Díaz y se rió cuando supo que había una arepa con su nombre. Ella pensaba que era embuste”, cuenta José, para quien las especies más demandadas en este local son las budare, la Jorge Reyes, la catira, la rumbera y -acá coinciden los empleados en cuanto al favoritismo de los comensales- la muy solicitada pelúa; mientras que, en el rubro de los jugos, los de parchita, fresa, melocotón y durazno sobresalen entre los más pedidos.
El budare emana un calor increíble y le da nombre a esta concurrida arepera ubicada La Castellana. Desde la medianoche no hay menos de 18 arepas cocinándose y unas 15 en la parrilla, de piedras y no carbón, para darle la marquita tradicional en la corteza y tostarlas un poco. A medida que se va llenando el local, no llega a duplicarse la cantidad sobre el asador; salen muy rápido y no pasan más de un minuto en reposo.
Detrás de la barra está Israel González. “¡Deja los nervios!”, le gritan sus compañeros cuando me le acerco. Él se ríe, nervioso. Toma una arepa, la abre en dos con destreza magistral, le extrae un poco la masa interior, y le incorpora el relleno, que llega perfecto a la mesa pero que obliga al comensal a bajar la cabeza hasta la altura del plato para no ensuciarse. “A mí la arepa ya me da fastidio”, se ríe Israel. En casa casi no la come.
- Dos lechosas sin sal, papá- se le acerca un mesonero con malas pulgas.
- Un Ricky Martin- le pide otro.
- ¿Ricky Martin?- pregunto.
- De parchita- me responde Israel, casi susurrando y con una sonrisa entre pícara y apenada.
 
Junto a los jugos está la barra de las arepas. Las bromas y los chalequeos no paran. Yormi prepara las bandejas para mantenerlas llenas, más o menos cada 20 minutos.
- Una de caraota- se le acerca uno de los mesoneros ajenos al jocoso alboroto alrededor de la barra, porque ahí, dicen, no se aburren, excepto los lunes y martes, días cuando baja drásticamente la cantidad de trabajo.
Pero hoy es sábado y la mezcladora de masa trabaja sin parar. Dos o tres tobos, del tamaño de un cuñete de pintura, pueden prepararse durante una noche, aunque ya no se elabora a mano. Arelys González es la arepera de turno, quien se encarga de verter el maíz pilado, la sal y el agua. A sus 12 años hizo su primera arepa y aprendió que echándole un poquito de harina de trigo se ponen duritas y no se rajan. En una noche movida, prepara 2 bultos de 24 kilos cada uno. Cada noche de un sábado, dicen unos, preparan unas 300 arepas, aunque quien atiende la caja registradora arroja la cifra de 1 000. Definitivamente, el cálculo no es el fuerte de nadie aquí.
A alrededor de las 2:40 llega el pedido más exótico de esta a noche. “Pana, me das una de pulpo con ensalada de gallina y una de pulpo con queso telita”, pide una chica. “Falta el ticket, mi reina”, le responden. “Ya él está pagando, pero veme adelantando”, responde ella. Y así hacen. Entre quienes atienden, la mezcla de pulpo y ensalada de gallina ya no genera conmoción alguna.

Arepa


Una mala maña
Empiezan a desfilar las ropas brillantes, los tacones y los maquillajes corridos. Cinco personas en tres motos, sin cascos y con una botella de Anís Cartujo bajo el brazo, se bajan a pedir sus arepas para llevar. Una Explorer con la suspensión levantada se estaciona en plena puerta, donde nadie más se para. “¿Qué se cree él? ¿Que tiene un tractor?”, se queja alguien en la barra. Situaciones inesperadas ocurren todas las noches.
- Los borrachos hasta se lanzan mesas cuando están molestos- me dice José.
- ¿Y por qué empiezan las peleas?
- Por lo que sea. A veces vienen prendidos y la gente los mira y ya. Para acá te viene puro bonchón de parrandear de otro lado.
- ¿Qué haces si empiezan a pelear?
- Ahí no se mete nadie. A veces hay que llamar a la policía -hace un rato entraron unos a pedir un café, pero con las mismas se fueron-. Una vez lanzaron desde el otro lado del local un vaso de vidrio y le pegaron a un hombre. Menos mal que había un médico.
- O sea, lo peor de los borrachos son las peleas…
-Y se vomitan. Yo he visto como a cinco o seis mujeres y un solo tipo. Llegan cayéndose y hasta con los tacones en la mano.
Cipriano Ibarreto, que apenas lleva tres meses atendiendo las mesas, difiere en casi todo. “Antes había otra discoteca aquí enfrente, ahora es de ambiente y ya no hay líos –dice-. Los gais son más tranquilos”. Pero coincide en algo, sin dejar de mirar cada tanto a las mesas bajo su servicio: hay que estar pilas porque, si no, se van sin pagar.
- Hace dos meses una pareja con una niña se fueron sin pagar. Se hicieron los locos, los vieron por la cámara.
- ¿Y eso lo tienes que pagar tú?
- Sí… Uno tiene que estar pendiente porque no sabe quién tiene esa mala maña. Una mesa de seis o siete personas también se me fue sin pagar, pero al día siguiente vinieron a cancelar. Como estaban curdos, según, se les olvidó.
José lanza un sabio consejo para quienes ejercen de mesoneros: “se van sin pagar si uno está agüevoniado”. Muchos tienden a aprovecharse de una pelea para escabullirse sin cancelar la cena, eso sin contar que la mayoría no deja buenas propinas. De allí que los mesoneros procuren atender las mesas que ofrecen esperanza de generosidad: familias o parejas bien vestidas. En cambio, quienes piden las arepas “bien resueltas” o “una arepita por la casa”, son un “ponche”. Puro bla, bla, bla y no dejan nada.




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