Aceite de argan y miel
En los aposentos del hotel La Mamounia, cada una de ellas será una nueva Sherezade del serrallo
RAFAEL DEL NARANCO | EL UNIVERSAL
sábado 5 de marzo de 2016 12:00 AM
A conciencia de un espacio interior tornado afinidades afectivas, los breves viajes realizados al comienzo del año como aviento de los vaivenes interiores, nos hacen partir de ese lago de nombre mar Mediterráneo hacia las bifurcaciones del Magreb, y de ahí al encuentro de Marruecos. Dos horas en las alturas nos llevan al país de las especies con sabores a comino, tomillo, incienso o el hinojo anisado. Aterrizamos en Casablanca.
Partiendo de esta ciudad de raza berebere, arrasada con las cimitarras almorávides y colonialismo francés -dependiendo de la brújula que sostiene el ánimo- nos volvemos transeúntes en Rabat, Fez o Marrakech, al encuentro de la inmensa cordillera Atlas con bancales uncidos a la novela "El cielo protector"de Paul Bowles y sus enebros rojos.
La antigua capital del imperio alauita, Marrakech, le sabe al andariego a chumberas, salmuera, vinagre, palmerales tejidos a mano con hilos verdes en el "Jardín Majorelle" de Yves Saint-Laurent; clavo, aderezo y canela; murallas y barro rojizo, placitas y callejuelas, guardan aún jirones de un amor arabesco arrancado de una distante mocedad encanecida.
Día y noche
Tras un tiempo de diásporas, retornamos al encuentro del cuero repujado donde incliné mi cabeza en una morada, tras la tumba de Ben Tachfine, regada con agua de rosas y aceite de Argan en la que Douniya, día y noche, frotaba sus cabellos azabache de odoríferos sensuales.
Un día, acurrucado en un tapiz tejido en el valle de Ait Mizane, en esa hora en que la luz de la tarde comienza a menguar, escuché unas estrofas populares entonadas en la voz de mujeres tuaregs -berebere de piel blanca- bajo el cobijo de una jaima:
"Los días caminan lentamente como un rebaño de corderos que la noche arroja de sus pastos -ovejas blancas, ovejas negras- .
Se alejan en el tiempo hacia el refugio de los merrah ignorados, donde reposa todo lo que fue y ya no lo es.
Los días vuelan rápidos y apresurados sobre las largas olas silenciosas igual a ibis en el campo".
Durante unos años, el desierto del Sahara Occidental formó parte de nuestra existencia mezclada de vientos lanzando el siroco dentro de los cuencos con leche de dromedaria.
A partir de entonces estamos cimentados de una arena que ha moldeado nuestro carácter y, aún siendo taciturno, es ahora más tolerante debido quizás a la extenuación de la edad.
¡Cuánta remembranza! Otra vez mirando el céfiro desmelenado y la sorprendente serranía del Atlas. Igual a otras mañanas, hablamos de anhelos depositados en el suelo de la manta de dormir en un recodo del río seco, lugar en que las gacelas siguen buscando la frescura de las primeras brumas de la noche estrellada.
Té verde
Ese olor a té verde lo conocemos; el espíritu está impregnado de él, saborea el relente de la piel y adormece con suavidad los párpados.
A partir de cosechas inmemoriales, las tribus bereberes venidas de las estribaciones de las cumbres y el desierto bajan hacia Amara -Alá bendiga la ciudadela santa de los "hombres azules"-, se sientan a descansar al conjuro de los suntuosos alcázares y las murallas que circundan el parque Abdel Salaam y la puerta Aidi Fib.
Cada año, ya en época del gran Mulay Ismail, descendientes jerifianos del profeta Mahoma rendían pleitesía a los sultanes de Marrakech y colocaban bajo su protección a las distintas tribus nómadas de la misteriosa región, tan extraña y profunda como un cuento de Paul Bowles al desgarro del antiguo "Café Glaciar", con su galería única hacia la plaza Jemaa el Fna -conocida como "Asamblea de los muertos"- un mosaico del mundo humano de Marruecos, en el que una inmensidad de tenderetes ofrecen lo inimaginable dentro de una barahúnda organizada.
En Jemaa el Fna todo se consigue. Es un espectáculo imponderable, asombroso. Allí se acude sentir, palpar, absorber, degustar platos rebosantes de especies, saborear té de menta, escuchar músicos improvisados y pasmarse ante unos monos remontando a nuestra espalda o serpientes adormiladas que un flautín hace subir del suelo empolvado.
Al presente, sus matices, el cuadro de irisaciones se vuelve similar y a la vez diferente. O quizás ya no sean igual las reminiscencias turbadoras, al ser sombras reales o inventadas. Nadie trasmuta la plaza, ella sigue ahí convertida en algarabía bulliciosa.
Estando en ella uno se embulle en su mundo absoluto, relámpago que obliga a escuchar las más pasmosas historias de Aladino o Simbad el Marino; ver aguadores de coloridos atuendos y añejas adivinadoras con cartas de Beirut, mientras doradas turistas nórdicas idealizan con ser raptadas por un mercader de esclavos y llevadas a disfrutar una luna de lujuria en los aposentos del hotel La Mamounia, en donde cada una de ellas será una nueva Sherezade del serrallo.
rnaranco@hotmail.com
RAFAEL DEL NARANCO | EL UNIVERSAL
sábado 5 de marzo de 2016 12:00 AM
A conciencia de un espacio interior tornado afinidades afectivas, los breves viajes realizados al comienzo del año como aviento de los vaivenes interiores, nos hacen partir de ese lago de nombre mar Mediterráneo hacia las bifurcaciones del Magreb, y de ahí al encuentro de Marruecos. Dos horas en las alturas nos llevan al país de las especies con sabores a comino, tomillo, incienso o el hinojo anisado. Aterrizamos en Casablanca.
Partiendo de esta ciudad de raza berebere, arrasada con las cimitarras almorávides y colonialismo francés -dependiendo de la brújula que sostiene el ánimo- nos volvemos transeúntes en Rabat, Fez o Marrakech, al encuentro de la inmensa cordillera Atlas con bancales uncidos a la novela "El cielo protector"de Paul Bowles y sus enebros rojos.
La antigua capital del imperio alauita, Marrakech, le sabe al andariego a chumberas, salmuera, vinagre, palmerales tejidos a mano con hilos verdes en el "Jardín Majorelle" de Yves Saint-Laurent; clavo, aderezo y canela; murallas y barro rojizo, placitas y callejuelas, guardan aún jirones de un amor arabesco arrancado de una distante mocedad encanecida.
Día y noche
Tras un tiempo de diásporas, retornamos al encuentro del cuero repujado donde incliné mi cabeza en una morada, tras la tumba de Ben Tachfine, regada con agua de rosas y aceite de Argan en la que Douniya, día y noche, frotaba sus cabellos azabache de odoríferos sensuales.
Un día, acurrucado en un tapiz tejido en el valle de Ait Mizane, en esa hora en que la luz de la tarde comienza a menguar, escuché unas estrofas populares entonadas en la voz de mujeres tuaregs -berebere de piel blanca- bajo el cobijo de una jaima:
"Los días caminan lentamente como un rebaño de corderos que la noche arroja de sus pastos -ovejas blancas, ovejas negras- .
Se alejan en el tiempo hacia el refugio de los merrah ignorados, donde reposa todo lo que fue y ya no lo es.
Los días vuelan rápidos y apresurados sobre las largas olas silenciosas igual a ibis en el campo".
Durante unos años, el desierto del Sahara Occidental formó parte de nuestra existencia mezclada de vientos lanzando el siroco dentro de los cuencos con leche de dromedaria.
A partir de entonces estamos cimentados de una arena que ha moldeado nuestro carácter y, aún siendo taciturno, es ahora más tolerante debido quizás a la extenuación de la edad.
¡Cuánta remembranza! Otra vez mirando el céfiro desmelenado y la sorprendente serranía del Atlas. Igual a otras mañanas, hablamos de anhelos depositados en el suelo de la manta de dormir en un recodo del río seco, lugar en que las gacelas siguen buscando la frescura de las primeras brumas de la noche estrellada.
Té verde
Ese olor a té verde lo conocemos; el espíritu está impregnado de él, saborea el relente de la piel y adormece con suavidad los párpados.
A partir de cosechas inmemoriales, las tribus bereberes venidas de las estribaciones de las cumbres y el desierto bajan hacia Amara -Alá bendiga la ciudadela santa de los "hombres azules"-, se sientan a descansar al conjuro de los suntuosos alcázares y las murallas que circundan el parque Abdel Salaam y la puerta Aidi Fib.
Cada año, ya en época del gran Mulay Ismail, descendientes jerifianos del profeta Mahoma rendían pleitesía a los sultanes de Marrakech y colocaban bajo su protección a las distintas tribus nómadas de la misteriosa región, tan extraña y profunda como un cuento de Paul Bowles al desgarro del antiguo "Café Glaciar", con su galería única hacia la plaza Jemaa el Fna -conocida como "Asamblea de los muertos"- un mosaico del mundo humano de Marruecos, en el que una inmensidad de tenderetes ofrecen lo inimaginable dentro de una barahúnda organizada.
En Jemaa el Fna todo se consigue. Es un espectáculo imponderable, asombroso. Allí se acude sentir, palpar, absorber, degustar platos rebosantes de especies, saborear té de menta, escuchar músicos improvisados y pasmarse ante unos monos remontando a nuestra espalda o serpientes adormiladas que un flautín hace subir del suelo empolvado.
Al presente, sus matices, el cuadro de irisaciones se vuelve similar y a la vez diferente. O quizás ya no sean igual las reminiscencias turbadoras, al ser sombras reales o inventadas. Nadie trasmuta la plaza, ella sigue ahí convertida en algarabía bulliciosa.
Estando en ella uno se embulle en su mundo absoluto, relámpago que obliga a escuchar las más pasmosas historias de Aladino o Simbad el Marino; ver aguadores de coloridos atuendos y añejas adivinadoras con cartas de Beirut, mientras doradas turistas nórdicas idealizan con ser raptadas por un mercader de esclavos y llevadas a disfrutar una luna de lujuria en los aposentos del hotel La Mamounia, en donde cada una de ellas será una nueva Sherezade del serrallo.
rnaranco@hotmail.com
Partiendo de esta ciudad de raza berebere, arrasada con las cimitarras almorávides y colonialismo francés -dependiendo de la brújula que sostiene el ánimo- nos volvemos transeúntes en Rabat, Fez o Marrakech, al encuentro de la inmensa cordillera Atlas con bancales uncidos a la novela "El cielo protector"de Paul Bowles y sus enebros rojos.
La antigua capital del imperio alauita, Marrakech, le sabe al andariego a chumberas, salmuera, vinagre, palmerales tejidos a mano con hilos verdes en el "Jardín Majorelle" de Yves Saint-Laurent; clavo, aderezo y canela; murallas y barro rojizo, placitas y callejuelas, guardan aún jirones de un amor arabesco arrancado de una distante mocedad encanecida.
Día y noche
Tras un tiempo de diásporas, retornamos al encuentro del cuero repujado donde incliné mi cabeza en una morada, tras la tumba de Ben Tachfine, regada con agua de rosas y aceite de Argan en la que Douniya, día y noche, frotaba sus cabellos azabache de odoríferos sensuales.
Un día, acurrucado en un tapiz tejido en el valle de Ait Mizane, en esa hora en que la luz de la tarde comienza a menguar, escuché unas estrofas populares entonadas en la voz de mujeres tuaregs -berebere de piel blanca- bajo el cobijo de una jaima:
"Los días caminan lentamente como un rebaño de corderos que la noche arroja de sus pastos -ovejas blancas, ovejas negras- .
Se alejan en el tiempo hacia el refugio de los merrah ignorados, donde reposa todo lo que fue y ya no lo es.
Los días vuelan rápidos y apresurados sobre las largas olas silenciosas igual a ibis en el campo".
Durante unos años, el desierto del Sahara Occidental formó parte de nuestra existencia mezclada de vientos lanzando el siroco dentro de los cuencos con leche de dromedaria.
A partir de entonces estamos cimentados de una arena que ha moldeado nuestro carácter y, aún siendo taciturno, es ahora más tolerante debido quizás a la extenuación de la edad.
¡Cuánta remembranza! Otra vez mirando el céfiro desmelenado y la sorprendente serranía del Atlas. Igual a otras mañanas, hablamos de anhelos depositados en el suelo de la manta de dormir en un recodo del río seco, lugar en que las gacelas siguen buscando la frescura de las primeras brumas de la noche estrellada.
Té verde
Ese olor a té verde lo conocemos; el espíritu está impregnado de él, saborea el relente de la piel y adormece con suavidad los párpados.
A partir de cosechas inmemoriales, las tribus bereberes venidas de las estribaciones de las cumbres y el desierto bajan hacia Amara -Alá bendiga la ciudadela santa de los "hombres azules"-, se sientan a descansar al conjuro de los suntuosos alcázares y las murallas que circundan el parque Abdel Salaam y la puerta Aidi Fib.
Cada año, ya en época del gran Mulay Ismail, descendientes jerifianos del profeta Mahoma rendían pleitesía a los sultanes de Marrakech y colocaban bajo su protección a las distintas tribus nómadas de la misteriosa región, tan extraña y profunda como un cuento de Paul Bowles al desgarro del antiguo "Café Glaciar", con su galería única hacia la plaza Jemaa el Fna -conocida como "Asamblea de los muertos"- un mosaico del mundo humano de Marruecos, en el que una inmensidad de tenderetes ofrecen lo inimaginable dentro de una barahúnda organizada.
En Jemaa el Fna todo se consigue. Es un espectáculo imponderable, asombroso. Allí se acude sentir, palpar, absorber, degustar platos rebosantes de especies, saborear té de menta, escuchar músicos improvisados y pasmarse ante unos monos remontando a nuestra espalda o serpientes adormiladas que un flautín hace subir del suelo empolvado.
Al presente, sus matices, el cuadro de irisaciones se vuelve similar y a la vez diferente. O quizás ya no sean igual las reminiscencias turbadoras, al ser sombras reales o inventadas. Nadie trasmuta la plaza, ella sigue ahí convertida en algarabía bulliciosa.
Estando en ella uno se embulle en su mundo absoluto, relámpago que obliga a escuchar las más pasmosas historias de Aladino o Simbad el Marino; ver aguadores de coloridos atuendos y añejas adivinadoras con cartas de Beirut, mientras doradas turistas nórdicas idealizan con ser raptadas por un mercader de esclavos y llevadas a disfrutar una luna de lujuria en los aposentos del hotel La Mamounia, en donde cada una de ellas será una nueva Sherezade del serrallo.
rnaranco@hotmail.com
MUNDO GOURMET
Cocteles como tinto de verano y la sangría son muy comunes en la mesa
VANESSA BARRADAS | EL UNIVERSAL
sábado 5 de marzo de 2016 12:00 AM
Cocteles con vino
El verano en muchos países europeos es bastante intenso. El calor es constante y esta situación se vive por poco más de dos meses.
El riesgo de sufrir los llamados "golpes de calor" es común, así que siempre se recomienda a los habitantes estar hidratados todo el tiempo, más que de costumbre.
Por este motivo todo lo que tiene que ver con la gastronomía europea cambia, y todas las propuestas se adaptan al clima imperante, incluyendo el consumo del vino. Cocteles como el tinto de verano y la sangría son muy comunes en las mesas. Pero, ¿qué tienen en común estas bebidas? Es algo de lo que hablaremos hoy.
Los tragos mezclados a base de vino usualmente son muy refrescantes, las gaseosas, el hielo y las frutas de temporada son factores comunes en ellas. Las medidas y cantidades varían según la zona o el gusto de cada persona, incluso de su cultura de consumo y tradición familiar.
Lo que siempre me ha llamado la atención es con qué tipo de vino se pueden preparar estos cocteles. Si bien es casi una regla que los productos usados sean jóvenes y frescos, y usualmente muy económicos, creo que también se debe tomar en cuenta el tipo de uva a usar para elaborar el trago. ¿Cuáles entonces serían los vinos ideales? Obviamente que se puedan encontrar en nuestro país.
Para preparar sangrías, las cuales integran frutas en su preparación, yo recomiendo utilizar vinos elaborados con variedades como Cabernet Sauvignon, Syrah o Shiraz, Cabernet Franc, o Tannat.
Estas uvas poseen una intensidad marcada, taninos usualmente fuertes, y dan vinos secos. Combinarlas con frutas haría el contraste correcto entre lo seco y dulce.
Si hablamos de tintos de veranos en donde las frutas no están incluidas, sino algunas gaseosas como el Chinoto o Seven Up (hablando de Venezuela), sugiero vinos de uvas más afrutadas. Los elaborados con Merlot y Malbec caben perfectamente en esta categoría.
En este caso se podrían lograr armonías afines entre el dulce de las gaseosas, y lo afrutado que caracteriza a estas cepas, eso sí, hay que cuidar el equibrio para que no sea un trago que raye en lo empalagoso, cosa que se puede lograr seleccionando vinos de tanicidad media que por lo menos hayan pasado 6 meses en barricas de roble.
Finalmente si lo que queremos es algo tan simple como una copa de vino con hielo agregado, yo usaría productos suaves.
Los de uva Pinot Noir chilenos que llegan a nuestro país serían excelentes opciones. Podría agregar también algunos españoles jóvenes que no hayan tenido casi contacto con madera en su elaboración.
Los venezolanos por vivir en un país de clima tropical y caribeño podemos ser grandes consumidores de cocteles con vino. Las opciones para elaborar muy buenos tragos son variadas e infinitas.
¡Salud!
El verano en muchos países europeos es bastante intenso. El calor es constante y esta situación se vive por poco más de dos meses.
El riesgo de sufrir los llamados "golpes de calor" es común, así que siempre se recomienda a los habitantes estar hidratados todo el tiempo, más que de costumbre.
Por este motivo todo lo que tiene que ver con la gastronomía europea cambia, y todas las propuestas se adaptan al clima imperante, incluyendo el consumo del vino. Cocteles como el tinto de verano y la sangría son muy comunes en las mesas. Pero, ¿qué tienen en común estas bebidas? Es algo de lo que hablaremos hoy.
Los tragos mezclados a base de vino usualmente son muy refrescantes, las gaseosas, el hielo y las frutas de temporada son factores comunes en ellas. Las medidas y cantidades varían según la zona o el gusto de cada persona, incluso de su cultura de consumo y tradición familiar.
Lo que siempre me ha llamado la atención es con qué tipo de vino se pueden preparar estos cocteles. Si bien es casi una regla que los productos usados sean jóvenes y frescos, y usualmente muy económicos, creo que también se debe tomar en cuenta el tipo de uva a usar para elaborar el trago. ¿Cuáles entonces serían los vinos ideales? Obviamente que se puedan encontrar en nuestro país.
Para preparar sangrías, las cuales integran frutas en su preparación, yo recomiendo utilizar vinos elaborados con variedades como Cabernet Sauvignon, Syrah o Shiraz, Cabernet Franc, o Tannat.
Estas uvas poseen una intensidad marcada, taninos usualmente fuertes, y dan vinos secos. Combinarlas con frutas haría el contraste correcto entre lo seco y dulce.
Si hablamos de tintos de veranos en donde las frutas no están incluidas, sino algunas gaseosas como el Chinoto o Seven Up (hablando de Venezuela), sugiero vinos de uvas más afrutadas. Los elaborados con Merlot y Malbec caben perfectamente en esta categoría.
En este caso se podrían lograr armonías afines entre el dulce de las gaseosas, y lo afrutado que caracteriza a estas cepas, eso sí, hay que cuidar el equibrio para que no sea un trago que raye en lo empalagoso, cosa que se puede lograr seleccionando vinos de tanicidad media que por lo menos hayan pasado 6 meses en barricas de roble.
Finalmente si lo que queremos es algo tan simple como una copa de vino con hielo agregado, yo usaría productos suaves.
Los de uva Pinot Noir chilenos que llegan a nuestro país serían excelentes opciones. Podría agregar también algunos españoles jóvenes que no hayan tenido casi contacto con madera en su elaboración.
Los venezolanos por vivir en un país de clima tropical y caribeño podemos ser grandes consumidores de cocteles con vino. Las opciones para elaborar muy buenos tragos son variadas e infinitas.
¡Salud!
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