Viajar por Venezuela: una dicha posible
Cada vez que me preguntan si sigo viajando por aquí con esta inseguridad, grito que ¡Sí! De lo contrario estaría arrugadita como una ciruela pasa. Hoy los quiero convencer de andar tranquilos y felices por esta geografía para que estimulen el sentimiento
Claves vitales para andar por Venezuela
1. Viajar de día
Si bien es un asunto de seguridad andar de día por las carreteras de Venezuela, la razón primordial es ver. Cuando anden por el llano hay que estar pendientes de los alcaravanes que cruzan el camino para anunciar embarazos. Las corocoras coloreando el cielo. Los gavilanes vigilantes en los palos. El sol de los venados que indica la hora de buscar hospedaje. Darle paso a un arreo de ganado. Cuando agarran por la costa, relaja ver los azules del mar cuando se funden con los del cielo. El blanco brillante de las olas cuando se dan aquel guamazo con las piedras. Peñeros con su ojito en la proa y pescadores esperanzados con llevar el sustento. En Amazonas adoro atravesar sus piedras negras y contundentes que anuncian la presencia del Orinoco. Por Los Andes me encantan las curvas porque obligan a ir despacio. Me llena de esperanza admirar las siembras pues sé que todavía hay gente empeñada en alimentar a los demás. Cuento las cascaditas y sé que nos queda agua en el país y en el planeta.
2. Comer los platos locales
Si conocer, admirar y gozar nuestra geografía nos inunda de pertenencia, comer los platos locales nos alborota el paladar y nos remueve los recuerdos. Entre ambos –geografía y sabores– nos siembran en Venezuela. Rafael Cartay asegura que ningún plato local sabe igual cuando le mudan la locación. La tendencia en la cocina mundial es utilizar los productos cercanos. Es lo que llaman Cocina Kilómetro 0. No solo es lo más fresco, sino que así apoyan a los productores de los alrededores. Para comer lau lau, pavón o morocoto hay que tener cerca los ríos. En Ciudad Bolívar adoro el restaurante Sarrapia. Por Lara es una dicha probar los chicharrones de guabina que hace Enrique en Arenales, y ni hablar del lomo prensado por Carora. Solo como trucha y pisca cuando voy a Mérida y la carne en vara me provoca únicamente a orilla de las carreteras llaneras. El picadillo es un privilegio de Barinas. Las morcillas son de Río Caribe y Carúpano aunque ambos se peleen por el premio a las mejores. En Margarita devoro empanadas y ostras y para comer langosta prefiero ir a Los Roques. En Amazonas pido copoazú y trato de conseguir la catara para llevar. En la Gran Sabana siempre busco quien nos haga un tumá. Esos sabores son tan vitales en un viaje como las pozas, el mar, las montañas o las sabanas. Lo único que como en cualquier parte es chocolate negro de origen. Es nuestro sabor nacional, el mejor cacao del mundo. En todas partes me sabe a Venezuela.
3. Conversar con la gente
Los venezolanos somos un encanto. No hay sino que preguntar una dirección a la orilla del camino en algún pueblo perdido para que la gente te diga tranquilamente: "sígueme" y que te lleven hasta la puerta. En cualquier restaurante conversen con el mesonero y la señora de la cocina si sale a saludar. Siempre hay una historia fantástica para compartir: un dato de algún quesito o una conserva de coco más adelante, alguna poza de río que solo conocen quienes viven cerca, alguna historia de su vida que te recuerda a un abuelo. Quién quita que hasta resulten primos. Somos conversadores, nos encanta un cuento. Vamos a oírnos. Es la mejor manera de volver a querernos.
4. Hospedarse en las posadas
Lo rico de quedarse en las posadas es que están en espacios de naturaleza donde no caben los grandes hoteles. En una callecita céntrica que permite recorrer el pueblo caminandito; metidas en un bosque para escuchar pájaros y viento. Los posaderos saben todo lo que vale la pena conocer en los alrededores y te lo van a contar. Es parte de su oficio y una de sus gentilezas. Se esmeran en cocinar sabroso y casero. Nadie se va a poner a traer cordero de Nueva Zelanda –impagable y congelado por meses– si saben que la señora de al lado se los ofrece fresquito. El queso lo hace el vecino y la mermelada viene de las frutas del árbol que les da sombra. Son hogares que nos abren sus puertas por todo el país. Sé que les mortifica la seguridad y a los posaderos también. Se han visto obligados a hacer inversiones importantes en rejas, alambrado, cámaras y vigilancia. Han pasado mucho trabajo con esta crisis. Es un gesto de solidaridad apoyarlos, y si hay algo que no les gusta, díganlo con gentileza. Para insultos y gritos tenemos las cadenas.
Por los páramos trujillanos y tachirenses
Casi siempre la opción andina es Mérida. ¿Qué tal si se atreven por Trujillo? Llegan a Boconó, suben hasta la montaña de El Pocito, conocen la siembra de los mejores miniclaveles del mundo, se quedan en la posada Entremontañas y van con Gaby y Papacho hasta El Riecito, una finca con agujeros en la pradera donde parece que hubieran caído meteoritos. En esas lagunas hay truchas y están protegidas por los momoyes, los duendes de la montaña. Es un sitio para caminar, ver paisaje, sentir frío y comer muy rico.
En Táchira –aunque sea un rollo el chip de la gasolina– me fascina la Finca La Huérfana por los lados de El Cobre. Pertenece al Circuito de la Excelencia y es el hogar de muchos tucusitos, se come extraordinariamente bien y caminan por páramos desconocidos donde crecen frailejones muy extraños. Por ahí llegan a La Grita, visitan el Santo Cristo y pueden ver las siembras de los campesinos de El Cobre, esmerados y sanos.
Lara es una felicidad gastronómica y artesanal
Un recorrido larense es ideal para hacer mercado sin colas, comer suculento y apoyar el talento local. Tengo un frenesí con Carora. Ya empezó la temporada de mamones, así que hay granizado. En Ajilaos –un restaurante bien rico– preparan el lomo prensado. Deben comer pata de grillo, pampuras y dulce de paleta. Si salen hacia Altagracia –donde hacen los vinos de Pomar– busquen el letrerito que dice dulce de leche y se paran a comprar esas conservitas pequeñitas. Deben gozarse el queso de cabra Las Cumbres; prueben los madurados, uno que parece brie y es mejor todavía.
En Tintorero –además de la artesanía con tejidos– busquen un yogurt de leche de cabra sensacional. No pueden salir de aquí sin nata y suero Don Manuel: son la gloria. Los venden en casi todos los sitios de lácteos y finezas de Barquisimeto. Lleguen hasta Sanare para que se hospeden en Altos de Veracruz o en El Encanto, dos posadas para ser felices. Luego bajen hasta Guárico para que compren el café que hacen en la posada Los Haticos. Es único. Y si quieren más montaña, suban hasta Barbacoas para que se hospeden en el único campamento con glamour que existe en Venezuela: Glamping La Cepa. Es precioso y se come regio. Desde ahí van a la Cascada del Vino y la Cueva de la Pionía.
Arenita playita
En playa, mientras más lejos, mejor. Agosto y septiembre son épocas perfectas para navegar, así que es el momento para irse hasta La Tortuga en peñero desde Carenero. Es un viaje de unas dos horas y media con buen mar y hay varias operadoras que ofrecen el servicio con carpa, comida, colchón inflable y dos paseos en la isla. Es tremendo plan para viajeros de colcha y cobija. Otra playa que me fascina es Pui Pui, en la costa de Paria, con unas cabañitas perfectas frente al mar, grama japonesa y arenita luego. Son básicas: dos camitas, un baño y terraza con chinchorro, agua fría y ventilador cuando hay luz. La playa es de oleaje fuerte.
En occidente adoro el Cabo San Román con sus médanos blancos que caen al mar. Y ya que están en Paraguaná, suban hasta el cerro Santa Ana. Conozcan la Reserva Biológica de Montecano para que sepan cómo era el bosque de Paraguaná o dénle la vuelta a la Sierra de San Luis y al bajar párense en Pecaya, para que prueben su cocuy, el único con denominación de origen porque se hace artesanalmente con la misma técnica de los indígenas hace más de 500 años.
Tomado de:
Manual de ociosidades de Valentina Quintero
TODO EN DOMINGO 28 de junio 2015.
En Caracas: Colombiano en Parque Central
La hermana república de Colombia se instala con sus sabores antioqueños en el boulevard gastronómico de Parque Central. El restaurante se llama El Patakón –como debe ser– y es atendido por Adela y Fernando con la amabilidad que caracteriza a quienes vienen de estos predios. Son más de 20 años sirviendo el famoso sancocho y la mítica bandeja paisa. Son legendarios los "patakones" que dan el nombre al local.
Para ir: Sótano 1 de Parque Central, Av. Lecuna, Caracas. Al mediodía.
En Bolívar: Kamarata quiere recibir visitas
Kamarata queda en el valle del mismo nombre, protegida por el Auyantepui. Es pueblo de pemones, y aun cuando es la comunidad más grande e importante, con la misión y la escuela, nunca habían recibido turismo. Las visitas se concentraban en Kavak y Uruyén, dos comunidades cercanas. Sin embargo la situación cambió desde que recibieron el apoyo de la Fundación Esteban Torbar con Eposak y apoyaron a varios emprendedores. Flora y René hacen un pan exquisito; la familia Farfán Abati muestra el proceso de hacer el casabe gordo y húmedo como es la tradición pemona; Petra Catanio hace mermeladas con los frutos de su conuco; Fanny Tello alquila bicicletas y ofrece paseos, y Santos Dugarte hizo una posada preciosa y organiza el paseo al Salto Ángel por el río Akanán. Es tremendo plan.
Para ir: contacto@eposak.com. Teléfono: (0212) 2776270.
Más información en www.fer.org.ve y www.eposak.orp.
Twitter: @eposak. Facebook: Eposak y Fundación Esteban Torbar.
Bien dateado
Erika Martínez creó Kiki'sCakes Gourmet para ofrecer suculentas tortas envasadas en frascos. Así se conservan fresquitas y las puedan dar de regalo de salida o como recuerdito. Probé una de cambur con relleno de chocolate absolutamente gloriosa. También ofrece mini dulces: alfajores, shots y brownies. Decora la mesa. Lo hace todo ella solita. Encargos por el (0416) 6241685.
Su correo: kikiscakes@gmail.com. Facebook: Kiki'sCakes Gourmet. Instagram:
@kikiscakesgourmet
Juan Carlos Pérez hace pampuras. Son unas conchitas de arepa finitas, tostadas, suculentas; las hace pequeñitas para que sirvan como pasapalo o colocarle finezas encima. Las vende en su casa, frente a la entrada de la piscina del Club Torres en Carora.
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