El venezolano come menos y come mal. En el menú criollo quedaron desplazados rubros que eran comunes como los granos y los huevos. La falta de acceso a productos fundamentales, como la leche, la carne y las hortalizas, y la monotonía de una dieta que se basa principalmente en 10 alimentos, ponen en riesgo la salud de la población de todos los estratos sociales. Según los últimos datos del INE, el consumo de comida se desplomó en los últimos dos años y la población entró en insuficiencia calórica.
Corrían los años noventa y una extraña epidemia que afectaba a los cubanos tenía repercusiones escandalosas. Más de 50.000 personas habían perdido la visión a causa de lo que se había bautizado como neuritis óptica, una inflamación de los nervios oculares. El inusual y masivo cuadro obligó a la isla a pedir asistencia internacional.
La explicación se buscó en hipótesis como el ataque de virus o una intoxicación masiva pero finalmente se impuso la conclusión de que la causa fue la alimentación deficiente del período especial, como reflejaron varios estudios, entre ellos uno publicado en The New England Journal of Medicine en 1995. La crisis de salud se superó sólo cuando se suministró una dieta completa y suplementos vitamínicos a los afectados.
El episodio quedó como un recordatorio de que el hambre oculta, como también se conoce a la falta de micronutrientes como vitaminas y minerales, no siempre es una epidemia que pueda pasar desapercibida. No está de más rememorarlo, en momentos en que los expertos expresan su preocupación por las carencias nutricionales que puedan estar padeciendo buena parte de los venezolanos, a raíz de los cambios que ha experimentado la dieta criolla en los últimos años, provocados por la escasez y el alto costo de alimentos fundamentales.
La Encuesta Condiciones de Vida del Venezolano 2014, realizada por investigadores de las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello, y divulgada hace poco, alertó precisamente acerca del desequilibrio del menú que se sirve en los hogares. “La alimentación se ha deteriorado en todos los estratos sociales”, sentencia Maritza Landaeta, de la Fundación Bengoa, una de las líderes de la investigación. La comida, no sólo de los más desfavorecidos sino también de quienes tienen más poder de compra, “se caracteriza principalmente por los alimentos que la red oficial pública está ofreciendo: arroz, harinas, grasas y azúcares. La disponibilidad de proteínas, que viene dada por el pollo y por la carne, es muy baja”, señala.
Se trata de una dieta compuesta básicamente por 10 alimentos, apunta la investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo de la UCV, Marianella Herrera, que también encabezó la Encovi. “Entre los estratos socioeconómicos más altos y los más bajos hay muchas similitudes. El primer alimento con intención de compra es la harina de maíz precocida, después el arroz, los panes y las pastas y las grasas. En los estratos socioeconómicos más bajos no aparecen frutas ni hortalizas, pero en las categorías de mayor poder adquisitivo tampoco tienen la relevancia que uno esperaría”.
La desaparición del huevo de la rutina cotidiana es uno de los cambios más preocupantes. “Hasta hace cinco años, ese alimento acompañaba las comidas, especialmente el desayuno. El primer plato del día siempre era una arepa con un complemento proteico, que también podía ser pollo o carne desmechada o molida. La arepa sigue estando presente, pero se rellena de margarina o mayonesa”. Dice Landaeta.
Menos no es más
Otro dato que arrojó Encovi es que al menos 11,3% de los consultados confesaba que sólo comía dos o menos veces al día. Pero lo más grave es que no se trata de comidas de calidad, advierte Landaeta. “Por el contrario, a veces se trata simplemente de dos arepas sin relleno de proteínas”. En los estratos más pobres, el porcentaje de quienes no se alimentan 3 veces al día sube a 39%.
Eufemismos aparte, estamos en presencia de hambre, indica Herrera, es decir, se come pero no se cubren los requerimientos del organismo. “Si eso ocurre en forma crónica trae consecuencias. En el caso de los niños, puede traducirse en retardo en el crecimiento, por ejemplo”. La cifra, en todo caso, contrasta con la que recoge el documento que el gobierno venezolano presentó ante el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU, de cara a la evaluación que rindió esta semana. Allí sostiene que “95,4% de los venezolanos come tres y más veces al día”.
Por otra parte, las familias hacen sustituciones poco acertadas para cubrir los faltantes. En lugar de carne, los más pobres opta por mortadela, mucho más barata pero con un exceso de grasa y sin los aminoácidos esenciales necesarios para la reparación y reposición de las células del organismo que aportan proteínas de más calidad como la carne y el pollo, señala Virgilio Bosh, investigador de la Universidad Central de Venezuela y directivo de la Fundación Bengoa. “El gobierno se ufana mucho acerca de que Venezuela está entre los países que no tiene déficit calórico, pero la alimentación no tiene calidad, ni tiene balance”, añade.
Los expertos también consideran grave que los granos hayan perdido el lugar destacado que ocupaban en la mesa local. Herrera contradice a quienes señalan que tiene que ver con la idiosincrasia de los venezolanos, que privilegia el maíz y el arroz. “En el pasado había combinaciones más eficientes, como la arepa con caraotas y queso, algo que ya casi no se ve”.
No sólo la ausencia, sino la baja calidad del grano que se expende habrían influido en el abandono del hábito de consumirlo, así como otros costos asociados con su lenta cocción. “La población considera que es muy caro cocinar las leguminosas porque consumen mucho gas, que también es escaso”, apunta Landaeta, quien asegura que desde la Fundación Bengoa hacen esfuerzos por educar a la población en técnicas de cocción que les permitan aprovechar mejor los recursos.
Los cambios en el menú diario también incluyen la desaparición de los alimentos del mar, “una fuente extraordinaria de proteínas”, señala Bosh. “Cualquier pescado se ha puesto carísimo. Todavía recuerdo cuando una lata de sardinas era catalogada como comida de pobres y ahora es un verdadero lujo”.
Micronutrientes en fuga
A los investigadores les preocupa un posible resurgimiento de males como la anemia, causada por la deficiencia de hierro. La revista Archivos Latinoamericanos de Nutrición recoge ejemplos de investigaciones realizadas a principios de la década pasada, que ya daban cuenta de algunas zonas donde la deficiencia del micronutriente en los estratos más pobres superaba el 30%. Sin embargo, Bosh, para quien la ausencia de información es uno de los mayores dramas en el área nutricional, señala que hace falta una evaluación nacional, como la que lideró Fundacredesa a principios de los ochenta, que tome muestras sanguíneas en todo el país para determinar la verdadera magnitud del problema.
“Estamos en riesgo de presentar deficiencias que ya en Venezuela se habían superado”, coincide Herrera. “Por ejemplo, el déficit de calcio, gravísimo porque atenta contra el crecimiento de los niños”. En ese sentido, la ausencia de la leche, que se ha ido convirtiendo en un producto cada vez más raro en los anaqueles, figura entre los mayores motivos de alarma. Bosh recuerda que se trata de otro alimento fundamental. “Constituye una de las proteínas más fáciles de digerir y más eficiente de incorporar a los tejidos. Contiene nada menos que calcio, fósforo, vitamina A”, indica.
Otro micronutriente cuyo comportamiento debe vigilarse, recomienda Landaeta, es el ácido fólico, una vitamina del complejo B que tiene entre otras funciones la de prevenir malformaciones congénitas, como la espina bífida o el labio leporino. Una posible deficiencia es especialmente preocupante en una población con altas cifras de embarazo en adolescentes, reflexiona. Hortalizas de hojas verdes y frutas cítricas son algunos de los productos que lo proveen.
Estudios puntuales realizados en niños de poblaciones de Carabobo, Lara y Zulia, advierten asimismo sobre la falta de zinc, vital para el funcionamiento del sistema inmunológico que se activa para defender al organismo humano contra las enfermedades, como explica la web Medlineplus, de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Las fuentes de este oligoelemento son las carnes, los granos y las legumbres.
La monotonía en la dieta es uno de los principales factores de riesgo. “Si las familias comen todo el tiempo cuatro o cinco cosas van a sufrir de algún déficit, porque vitaminas y minerales están dispersos en distintos grupos de alimentos. De allí la campaña 5 al día, que recuerda que hay que tener variedad e ingerir al menos 5 raciones diarias de frutas y vegetales”, agrega Bosh.
Distorsión perversa
La mesa de los venezolanos está sometida en este momento a un triángulo perverso: inflación, escasez y desabastecimiento, diagnostica Landaeta. “Está llegando un momento en el que cuando tenemos el dinero para comprar no conseguimos lo que necesitamos. Eso afecta sobre todo a los estratos más pobres, donde la posibilidad de compra está muy restringida y va muy ligada a la red oficial”, indica.
La falta de información oficial sobre la inflación en los alimentos también impide ver la gravedad del cuadro. “Hay una distorsión que se manifiesta en ese dramático 80% de personas que, independientemente de su estrato socioeconómico, se siente preocupada porque percibe que el dinero no le va a alcanzar para comprar los alimentos”, señala Herrera, al referirse a los resultados de la Encovi.
“Una madre que trabaje no tiene tiempo para estar 6 a 8 horas en una cola. Termina comprándole a los bachaqueros, que venden mucho más caro, y su poder adquisitivo no da para cubrir todas las necesidades. Por eso da prioridad a las fuentes de calorías: cereales y grasas. El patrón alimenticio de los estratos más desfavorecidos tiende a estar básicamente sustentado sobre la base de carbohidratos, de grasas y de azúcares simples. ¿Qué significa eso? Que los niños no tienen las proteínas que necesitan para su crecimiento, pero tampoco los adultos tienen lo que necesitan para una salud adecuada”, agrega Landaeta.
Los investigadores coinciden en que deben tomarse medidas correctivas a la brevedad, entre ellas la adopción de pautas para salvaguardar a la población más vulnerable. “¿Realmente estamos cumpliendo la ley de protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes en cuanto a alimentación?”, se pregunta Landaeta. “No hay posibilidades de brindar la dieta estructurada y balanceada que deberían estar recibiendo los venezolanos a ciertas edades, porque la madre no tiene la disponibilidad adecuada y oportuna del alimento. En las condiciones actuales, el derecho está limitado”.
Para Bosch atacar el problema debe estar por encima de cualquier prioridad: “La nutrición no es un juego. No importa cuál sea el plan político que tengas, esto hay que resolverlo”.
La comida se aleja de la mesa
Elizabeth Rendón sabe que su historia no es excepcional. Es secretaria de un ministerio desde hace 15 años y su esposo es cobrador. Viven en La Vega, ambos ganan el sueldo mínimo que rinden como pueden para alimentar una familia con 4 hijos entre 12 y 17 años y un nieto. “En la casa ya no hacemos mercado semanal, se compra el día a día, lo que se necesita”.
Narra su última incursión al Bicentenario como una hazaña. Se levantó a las 3 de la mañana y a las 11:00 am, cuando después de hacer una larga cola por fin pudo entrar, consiguió pollo, azúcar, aceite y margarina. No logró comprar harina pan ni tampoco carne porque no había. Visitó otros dos mercados y compró jabón y champú.
Sus almuerzos consisten principalmente en arroz, tajadas y pollo. No hay meriendas, sino excepcionalmente. A veces hay jugo y a veces no, porque la fruta es muy cara. Recuerda que hace dos años todavía compraba enlatados, especialmente atún, y nata de leche, que ahora eliminó definitivamente de la dieta. En lugar de papa usa yuca y mortadela por jamón. Tampoco compra tomates, ni verduras. Un pimentón le parece un lujo, así que prefiere usar ají de vez en cuando. Evita comprar en la bodega de su calle porque los productos valen el doble.
La reducción en la cantidad de comida que adquieren los hogares venezolanos quedó evidenciada en la Encuesta de Seguimiento al Consumo de Alimentos que publicó el Instituto Nacional de Estadísticas, divulgada recientemente en su página web, y que da cuenta de lo que ha ocurrido entre 2012 y 2014.
Luego de un análisis de datos, Maritza Landaeta, investigadora de la Fundación Bengoa, llama la atención sobre el hecho de que la disminución afectó rubros que forman parte habitual de la dieta de los venezolanos, como el arroz y la harina de maíz, a pesar de que están regulados y su distribución está a cargo del Estado.”La cantidad de leche, fuente de proteínas y calcio, indispensables para el crecimiento de los niños, de las mujeres embarazadas y madres que lactan, se redujo a la mitad”, añade. La encuesta también muestra una caída en la adquisición de pasta, pan, azúcar, pollo, carne de res, pescado fresco, atún y aceite.
La situación parece afectar de manera similar a todos los estratos sociales.
En el caso de la leche en polvo completa, las personas del estrato I, II y III, con más poder adquisitivo, consumían en promedio 19,39 gramos diarios para fines de 2012 (poco más de medio vaso) y pasaron a consumir 7,99 gramos (menos de un cuarto de vaso) en el primer semestre de 2014. En el estrato V pasaron de consumir en promedio 18,12 gramos diarios a ingerir 8,86 gramos al cabo de dos años. En el caso de la harina de maíz, a finales de 2012, mientras los venezolanos con más recursos económicos consumieron en promedio 69,83 gramos diarios y los más pobres 76 gramos al día (aproximadamente arepa y media), a principios de 2014 el consumo diario de ese rubro era de 47,89 gramos y 52,22 gramos (una arepa), respectivamente.
La reducción en el consumo promedio diario de calorías, que pasó de 2.285 en 2012 a 1.831 en 2014, supone una conmoción a los logros proclamados por el Estado venezolano en los últimos tiempos, pues se sitúa por debajo del límite recomendado por la FAO de 2.304 calorías diarias y por el Estado venezolano de 2.300 calorías al día. “A partir de 2012, el venezolano ha disminuido el consumo de alimentos y actualmente está en insuficiencia calórica, que debe estar generando severos problemas para la alimentación en los grupos más vulnerables y en los sectores de menores recursos”, señala Landaeta.
Llama la atención, sin embargo, que el consumo de bebidas alcohólicas se incrementó: de 13,83 mililitros diarios per cápita que se ingerían, en promedio, en el segundo semestre de 2012, pasó a 23,64 mililitros en promedio en el primer semestre de 2014, aunque el aumento fue notable desde principios del año 2013.
Para la FAO Venezuela sigue cumpliendo las metas
En la web de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura se lee que los problemas nutricionales de Venezuela se vinculan con la crisis petrolera y que “los niveles de inflación han aumentado considerablemente mientras que el poder adquisitivo de la población ha disminuido”. Tan atinada observación, sin embargo, no se refiere al momento actual, sino al deterioro económico que ocurrió después de 1979.
Pero ni la vigencia de aquel diagnóstico, ni la escasez de productos básicos, ni la caída del consumo calórico reportado por el INE en la Encuesta de Seguimiento del Consumo de Alimentos con datos hasta el primer semestre de 2014, ni las largas colas en los supermercados habrían impedido que hoy, en Roma, el presidente Nicolás Maduro recibiera, si no hubiese suspendido su viaje a la capital italiana, el reconocimiento especial que la FAO, en su 39º periodo de sesiones, le dará al Estado por haber logrado reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre, meta que fue trazada en los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Un comunicado de la representación de la FAO en Venezuela señala que el país está entre las 72 naciones que alcanzaron ese objetivo antes de 2015 y en la lista de las 29 que han realizado “progresos notables y extraordinarios” en el área de alimentación.
Destaca, entre otras cosas, que “pasó de 2,8 millones de personas –14,1% de su población– con hambre en 1990, a una cifra que representa menos de 5% en la actualidad”. El premio ratificará hoy el reconocimiento recibido en 2013.
“Eso no significa que en Venezuela no hay hambre. Hay siempre grupos más vulnerables, como la población en situación de calle o indigentes, comunidades indígenas, niños y niñas y las personas de la tercera edad, sobre los cuales hay que mantener una atención especial y no perder de vista. Pero el hambre crónica como tal no es un grave problema en Venezuela”, señala el documento enviado por la FAO cuando se solicitó una entrevista para este reportaje.
Aclaran que entienden por hambre crónica o subalimentación la que padecen quienes no consumen los requerimientos calóricos mínimos por un periodo de un año. “No se refiere a disponibilidad o suministro de alimentos por corto o mediano plazo”. La FAO considera que una persona debe obtener de su alimentación por lo menos 1.800 kilocalorías diarias y, según los datos que maneja la agencia, provenientes del Instituto Nacional de Estadísticas, los venezolanos consumían en promedio al día 2.285 kilocalorías para el momento del premio, un número cercano a las 2.304 kilocalorías que recomienda el organismo.
Agrega el comunicado que, en el mundo, “el problema del hambre no es la oferta de alimentos si no las condiciones económicas para acceder a ellos”. En el caso venezolano, consideran que las Misiones, “sustentadas con los ingresos de la renta petrolera”, favorecieron “el acceso económico y la disponibilidad de alimentos de la población”. Marianella Herrera, investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo de la UCV, califica de incongruente que el país reciba un premio como éste precisamente ahora, cuando el primer semestre de 2015 ha estado marcado por una aguda escasez.
Advertencias a la FAO
Hace dos años, cuando se anunció el premio de la FAO por primera vez, el Cendes, la Fundación Bengoa, el Observatorio Venezolano de la Salud y el Colegio de Nutricionistas y Dietistas emitieron observaciones a la metodología empleada por la FAO, entre otras cosas porque sostenían que los datos suministrados por instituciones oficiales como Min Alimentación y el Instituto Nacional de Nutrición eran inconsistentes. “Las cifras reales de lo que ocurre en el país tienen retrasos de actualización y publicación”, comenta Herrera. Añade que en su oportunidad recomendaron a la organización no sólo tomar en cuenta la disponibilidad calórica sino además contrastar esa información con el estado nutricional y de salud de la población.
Tomado de @EL-NACIONAL.COM
*Titulo original: EL HAMBRE OCULTA TRAS LA ESCASEZ
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