Como ustedes saben, Neruda era un poeta extraordinario, amante de la buena mesa y del buen vino, y muchos de sus escritos tuvieron que ver con la comida, llegando a transformar lo cotidiano y elemental, en poemas sublimes partiendo de ideas tan simples como una cebolla o una sopa de pescado. “La palabra pan se come – escribió una vez --, la palabra copa, se llena, la palabra nave navega…Botella cayó al ser pronunciada y se rompió en el suelo, se quebró en siete sílabas (sic)…Mi casa está llena de palabras”.
En su libro Odas Elementales y los que le siguieron en la década del 50, Neruda desarrolló una actitud nueva en su quehacer literario, donde el lenguaje estaba unido a los alimentos de manera simple, pero siempre con un final exquisito. Allí están como ejemplo sus odas a la alcachofa, a la cebolla, al pan, al tomate, a un gran atún en el mercado, al maíz, a una castaña en el suelo, a la ciruela, a la cuchara, a la manzana, al vino, a la sal, a las papas fritas, etc.
Sin duda el poema mejor logrado es "Oda al caldillo de congrio" y que no es más que una hermosa receta de cocina, con todos sus ingredientes y cocciones, desde la selección de la materia prima, “En el mar/tormentoso/ de Chile/ vive el rosado congrio,/ gigante anguila / de nevada carne”…hasta el momento culminante de su ingesta cuando “lleguen recién casados / los sabores / del mar y de la tierra / para que en ese plato / tú conozcas el cielo”. Esta receta de Neruda difiere de la tradicional, porque él le agrega un toque de crema, cosa que en Chile normalmente no se usa.
Fue en Venezuela, en Caracas, en El Nacional, donde Neruda publicó por primera vez el poema “El hombre sencillo”, que luego formaría parte de las Odas Elementales. En ese poema, el universo queda plasmado en una metáfora alimentaria, donde el pan es el pretexto para desarrollar una poesía de nuevo tiempo. “…y en el pan / busco/más allá de la forma: / me gusta el pan, lo muerdo, / y entonces / veo el trigo, / los trigales tempranos, / la verde forma de la primavera, / las raíces, el agua, / por eso más allá del pan, / veo la tierra, / la unidad de la tierra, / el agua, / el hombre, / y así todo lo pruebo / buscándote en todo”.
La dialéctica nerudiana tocó también el hambre y en el poema “La gran mesa” escribió: “tener hambre es como tenazas, / es como muerden los cangrejos, / quema, quema y no tiene fuego: / el hambre es un incendio frío. / Sentémonos pronto a comer / con todos los que no han comido, / pongamos los largos manteles, / la sal en los lagos del mundo, / panaderías planetarias, / mesas con fresas en la nieve, / y un plato como la luna / en donde todos almorcemos. / Por ahora no pido más / que la justicia del almuerzo”.
Cuando recibió el Premio Nóbel, en 1971, dos años antes de su muerte, dijo: “el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo que no se cree dios. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá convertirse en parte de una colosal artesanía, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños”.
¡Bon apetit!
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