Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP

Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP
Carlos Fierro con un grupo de egresados del Diplomado en Gastronomía de la UJAP del cual fue su Coordinador al inicio. GASTRONOMIA (del griego γαστρονομία)es el estudio de la relación del hombre con su alimentación y su medio ambiente o entorno.Gastrónomo es la persona que se ocupa de esta ciencia. A menudo se piensa erróneamente que el término gastronomía únicamente tiene relación con el arte culinario y la cubertería en torno a una mesa. Sin embargo ésta es una pequeña parte del campo de estudio de dicha disciplina: no siempre se puede afirmar que un cocinero es un gastrónomo. La gastronomía estudia varios componentes culturales tomando como eje central la comida.Para mucha gente, el aprender a cocinar implica no solo encontrar una distracción o un pasatiempo cualquiera; pues cocinar (en un término amplio) es más que solo técnicas y procedimientos... es un arte, que eleva a la persona que lo practica y que lo disfruta. Eso es para mi la cocina, con mis obvias limitaciones para preparar diversos platillos, es una actividad que disfruto en todos sus pasos, desde elegir un vegetal perfecto, pasando por el momento en que especiamos la comida, hasta el momento en que me siento con los que amo a disfrutar del resultado, que no es otro más que ese mismo, disfrutar esta deliciosa actividad o con mis alumnos a transmitirles conocimientos que les permitirán ser ellos creadores de sus propios platos gracias a sus saberes llevados a sabores

domingo, 29 de noviembre de 2015

Dos relatos breves, un tabú gastronómico (I)

¿Cómo hombres separados unos de otros por tan grandes distancias han podido coincidir en tan horrible costumbre? ¿Hemos de concluir que ella no es tan absolutamente opuesta a la naturaleza humana como parece?
Voltaire, Ensayo sobre las costumbres de las naciones

Brevísima introducción. La antropofagia o canibalismo sea probablemente una de las últimas fronteras que el hombre civilizado se atreve a cruzar, sin embargo, la historia revela que han sido muchas las ocasiones en las que este límite se ha puesto a un lado. Cuando ha ocurrido se ha debido principalmente a momentos de inopia, como las hambrunas durante la guerra y las pestes medievales, o en grandes catástrofes naturales o naufragios. Allí donde ha habido hambre ha habido canibalismo y la carne de un hijo ha sido preferida antes que su amor.
La documentación sobre su aparición en diferentes épocas y culturas por venganzas bélicas o motivos rituales es mucha. Es conocidísima la afición de los sacerdotes aztecas por sacar el corazón latente de sus cautivos,  aún en vida,  para ofrecerlo a Huitzilopochtli, el dios Sol, señor de la guerra y el poder. El cuerpo de la víctima no se desperdiciaba. Se utilizaba para cocinar un plato que se consumía con reverencia: el tlacatlaollio, guiso de carne humana y maíz, preparación muy cercana al pozole, la conocida sopa mexicana de cerdo y maíz.
Llegados a este punto, ¿no es natural que aparezca la inquietud sobre cómo ver el canibalismo cuando no surge por los motivos anteriormente señalados, sino por el placer gustativo en sí mismo? ¿Será la carne humana irresistible desde el punto de vista gastronómico? Los indios caribes, por ejemplo, tenían sus gustos muy catalogados y encontraban a los franceses deliciosos, a los ingleses “más o menos”, a los holandeses insípidos y a los españoles de una carne tan dura y fibrosa que los hacía incomibles.
En Gastronáuticas, libro del profesor José Rafael Lovera al que vuelvo una y otra vez, se cita en el capítulo “Revisión de un tabú gastronómico” el testimonio de San Jerónimo cuando vio en Francia cómo los bretones “…comían carne humana aunque hay por los campos cantidad de ganado, y cortaban a los pastores las asentaderas y a las mujeres las tetas para comer, porque éste tenían por el mejor de todos los manjares”.
Todo placer, particularmente el del paladar, pide más. Pero llega un momento en el que la buscada repetición se vuelve monótona e insípida. Podría entonces entenderse, desde este hecho irrefutable y al margen de toda consideración moral o religiosa, que comer alimentos prohibidos marcados por el tabú necesario en toda sociedad se convierta en una fuente de nuevas sensaciones. Así que el hombre, omnívoro por evolución, no debería encontrar ningún impedimento natural para alimentarse de sus iguales. Sin embargo, en un mundo que busca desesperadamente el equilibrio ideal que da la ética esta idea luce digna de la mente de locos, asesinos o escritores fantásticos. De hecho, esta selectividad y apetencia razonada por la carne de nuestros semejantes ha estimulado a unos cuantos autores.
Continuaré mi próxima columna comentando dos breves escritos del género llamado policial o misterio que, a pesar de sus diferencias, encuentro muy cercanos en cuanto al refinamiento de los personajes y a un cierto humor negro con el que terminan ambos relatos.
@nunezalonso 

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