Colombia: el “resuelve” de los venezolanos… y viceversa
La falta de alimentos para atender la demanda de los hogares venezolanos es uno de los principales retos que debe asumir el gobierno de Nicolás Maduro. El desabastecimiento en estos terrenos lo resiente la población de a pie de manera instantánea y flagrante. Por ello, encontrar una vía para resolver esta deficiencia debe estar en un lugar preferente en la lista de las tareas a desarrollar dentro del muy corto plazo por el equipo de Maduro. El peso político que tiene este tema es de una naturaleza tal que su desatención trabaja en contra del sostenimiento del apego popular al gobierno. Y ya conocemos el resultado que ello ha provocado en las elecciones parlamentarias.
Desarrollar una política que redunde en beneficio del sector agropecuario venezolano y de sus consumidores es una verdadera quimera, si el resultado hay que conseguirlo para el corto plazo. No por ello las decisiones para alcanzar el autoabastecimiento deben postergarse.
¿Dónde está entonces la solución a este difícil conflicto que, además, empuja las cifras de inflación a niveles altamente lesivos para la población de pocos recursos? La respuesta no puede ser ni más sencilla ni más evidente: en Colombia.
Pero el cierre de la frontera binacional no permite contar con ese talismán que en el corto plazo pudiera enderezar el rumbo del desabastecimiento y llenar nuestros anaqueles con productos de precios razonables para el consumidor.
Colombia clama a gritos por un mercado de consumo dentro del cual sus precios sean competitivos. La cercanía con Venezuela elimina los sobrecostos de exportación a otros países lejanos, además de que los precios de los productos finales al consumidor no son impactados por cuantiosos aranceles gracias a los acuerdos comerciales que se encuentran aún en vigor.
De esta manera, aquellos productos agroalimentarios en los que los neogranadinos son competitivos podrían venir en salvamento de nuestra maltrecha economía –y de nuestro gobierno– dentro de períodos de tiempo relativamente cortos.
La complementariedad en este terreno es beneficiosa para los dos lados de la ecuación. No solo los venezolanos penamos por el desabastecimiento. Los colombianos solo están a la espera de una demanda estable, sostenida y cercana para desarrollar sus oportunidades de exportación para productos como aceites, azúcares, concentrados, confitería, derivados del café y el cacao, frutas y hortalizas procesadas, panadería, snacks, insuflados, y gran variedad de condimentos, salsas y alimentos procesados. ¿Queremos más? Ni hablar de lo que los vecinos pueden alcanzar en materia de producción para exportación de carnes bovina y pollo de excelente calidad, procesados bajo estrictas normas de higiene, seguridad y calidad. Y otro tanto puede conseguirse en materia acuícola y pesquera.
El país colombiano cuenta con inmejorables posibilidades para la exportación de camarón de cultivo, crudo y precocido, colas de camarón y brochetas con los mejores estándares de calidad, fruto de un desarrollo tecnológico que enfatiza el mejoramiento genético acompañado de programas sanitarios de nutrición y manejo de fincas.
Así pues, la complementariedad es sólida en estos momentos, si ponemos a un lado los resquemores políticos del lado venezolano y nos atenemos a la realidad práctica del comercio entre países limítrofes donde los costos son menores, los aranceles no existen y el manejo del comercio se conoce.
Sí, Colombia podría venir a sacarnos las castañas del fuego al tiempo que Venezuela le ofrece un mercado contiguo y sencillo de manejar.
La coyuntura es buena para los dos lados de la frontera: se han juntado el hambre con las ganas de comer. Y sería tonto dejar pasar el tren de la complementariedad que se está manifestando con fuerza entre los dos países hermanos.
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