Los 100 del maestro Castellanos
El pianista fue uno de los primeros compositores nacionalistas del país
Evencio Castellanos compuso la música del himno de la Universidad Central de Venezuela ARCHIVO
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INDIRA ROJAS | EL UNIVERSAL
domingo 3 de mayo de 2015 12:00 AM
Era él, junto al compositor Raimundo Pereira y al trompetista Demóstenes Puche en una competencia de comida en un restaurante a pocas cuadras del instituto de música. Era él, probando un plato mientras descubría, cual catador profesional, qué ingredientes y en qué cantidad había usado el cocinero. Era él, quien encantado visitaba los restaurantes de comida china con su familia.
Era él, Evencio Castellanos, quien a sus 29 años se graduó como maestro compositor de la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, siendo parte de la primera generación de egresados de la cátedra de composición del maestro Vicente Emilio Sojo, de tendencia nacionalista. La fecha: 4 de julio de 1944, una época en la que Venezuela tanteaba en sus cimientos una identidad cultural y musical para rescatar el folklore y trasladarlo a un formato académico.
Desde entonces, Castellanos -quien cumple hoy 100 años de haber nacido en Cúa, estado Miranda- figuró como un destacado pianista y se le conoció como uno de los pupilos y amigos más cercanos a Sojo. Durante su carrera llevó la batuta del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela (1946), y de la Orquesta Estudiantil de la misma institución (1969), y fue fundador y director del Collegium Musicum de Caracas.
Además, el compositor se dedicó a la docencia, hasta principios de la década de los 70, en la Escuela Superior de Música. Su hijo menor, Luis Castellanos, recuerda que su padre infundaba un respecto solemne entre sus estudiantes; un rigor académico que no era en absoluto el reflejo de una personalidad severa o desagradable.
"Era muy exigente con la disciplina y el estudio. Los alumnos le tenían miedo, pero en el hogar era un padre amoroso. Además, era un hombre altruista", cuenta. "En la Escuela Superior se le acercaban viejitos a pedirle dinero, y cuando le sobraba dinero, y cuando le faltaba también, les daba".
Para Alba Quintanilla, primera mujer en dirigir una Orquesta Sinfónica en el país, fue uno de sus principales maestros. A diferencia de la mayoría, no sentía temor ante su presencia en el aula. "Era muy humilde en el trato, no tenía pretensiones ni nada por el estilo", dice la compositora merideña, quien llegó a las aulas del compositor a los 14 años.
Un vals en piano, de su autoría, le bastó para llamar la atención del maestro Sojo, quien advirtió en la entonces adolescente un oído absoluto para la música y mucho talento para tocar el instrumento. Pronto dispuso que Castellanos fuera también su tutor.
Las técnicas que enseñaba en el piano eran tan particulares como su manera de dar clases, en las que enseñaba las tonalidades musicales comparándolas con los colores. "Fue algo que me marcó", comenta Quintanilla.
En la Escuela Superior
La también arpista permanecía mucho más tiempo en el instituto que en su casa porque, cuenta, quedaba muy lejos. Para ella era una suerte tal situación, pues no solo tuvo la oportunidad de ser guiada por grandes nombres de la música venezolana. También era parte de las experiencias de la familia formada por los músicos de la Escuela Superior y conocía las anécdotas que le rodeaban. Entre ellas, la de que el tranquilo y sereno maestro Castellanos hizo una competencia con Raimundo Pereira en la que ganaría quién comiera más arepas. "No sé quién obtuvo la victoria finalmente, capaz quedaron empatados. Creo que cada uno se comió como 4 ó 5".
El hijo menor del compositor rectifica la veracidad del relato, pero aclara que su padre no era víctima de la gula. "Era más bien un gourmet, porque le gustaba comer bien. Podía degustar una comida y sentir la receta con su paladar. No solo sabía los ingredientes, también su proporción".
En casa de los Castellanos, la madre anotaba en un cuaderno las fórmulas culinarias que el músico aplicaba en la cocina por intuición, para garantizar un registro de estos platos espontáneos. "Mi papá era un gran cocinero, pero no le hacía falta saber las medidas o una receta en particular".
Las memorias del hijo menor del compositor también incluyen las visitas de alumnos, músicos, e incluso pintores a su hogar.
El guitarrista venezolano Miguel Delgado Estévez presenció en su infancia esta camaradería entre el gremio artístico, y recuerda que Castellanos visitaba la Ciudad de Calabozo, Guárico, junto a su tío Antonio Estévez. Ya en su adultez, aprecia en la discografía del pianista, que se cuenta entre sus pertenencias más queridas, "una gran sabiduría, pues es un material histórico. Allí está plasmado todo lo que absorbió de Sojo. Los discos son hermosos y él fue todo un maestro".
Castellanos recibió el premio especial del Ateneo de Caracas (1952) por su Homenaje a Teresa Carreño. También fue galardonado con el Premio Nacional de Música (1954) y con el Premio Nacional de Música (1962).
Era él, Evencio Castellanos, quien a sus 29 años se graduó como maestro compositor de la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas, siendo parte de la primera generación de egresados de la cátedra de composición del maestro Vicente Emilio Sojo, de tendencia nacionalista. La fecha: 4 de julio de 1944, una época en la que Venezuela tanteaba en sus cimientos una identidad cultural y musical para rescatar el folklore y trasladarlo a un formato académico.
Desde entonces, Castellanos -quien cumple hoy 100 años de haber nacido en Cúa, estado Miranda- figuró como un destacado pianista y se le conoció como uno de los pupilos y amigos más cercanos a Sojo. Durante su carrera llevó la batuta del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela (1946), y de la Orquesta Estudiantil de la misma institución (1969), y fue fundador y director del Collegium Musicum de Caracas.
Además, el compositor se dedicó a la docencia, hasta principios de la década de los 70, en la Escuela Superior de Música. Su hijo menor, Luis Castellanos, recuerda que su padre infundaba un respecto solemne entre sus estudiantes; un rigor académico que no era en absoluto el reflejo de una personalidad severa o desagradable.
"Era muy exigente con la disciplina y el estudio. Los alumnos le tenían miedo, pero en el hogar era un padre amoroso. Además, era un hombre altruista", cuenta. "En la Escuela Superior se le acercaban viejitos a pedirle dinero, y cuando le sobraba dinero, y cuando le faltaba también, les daba".
Para Alba Quintanilla, primera mujer en dirigir una Orquesta Sinfónica en el país, fue uno de sus principales maestros. A diferencia de la mayoría, no sentía temor ante su presencia en el aula. "Era muy humilde en el trato, no tenía pretensiones ni nada por el estilo", dice la compositora merideña, quien llegó a las aulas del compositor a los 14 años.
Un vals en piano, de su autoría, le bastó para llamar la atención del maestro Sojo, quien advirtió en la entonces adolescente un oído absoluto para la música y mucho talento para tocar el instrumento. Pronto dispuso que Castellanos fuera también su tutor.
Las técnicas que enseñaba en el piano eran tan particulares como su manera de dar clases, en las que enseñaba las tonalidades musicales comparándolas con los colores. "Fue algo que me marcó", comenta Quintanilla.
En la Escuela Superior
La también arpista permanecía mucho más tiempo en el instituto que en su casa porque, cuenta, quedaba muy lejos. Para ella era una suerte tal situación, pues no solo tuvo la oportunidad de ser guiada por grandes nombres de la música venezolana. También era parte de las experiencias de la familia formada por los músicos de la Escuela Superior y conocía las anécdotas que le rodeaban. Entre ellas, la de que el tranquilo y sereno maestro Castellanos hizo una competencia con Raimundo Pereira en la que ganaría quién comiera más arepas. "No sé quién obtuvo la victoria finalmente, capaz quedaron empatados. Creo que cada uno se comió como 4 ó 5".
El hijo menor del compositor rectifica la veracidad del relato, pero aclara que su padre no era víctima de la gula. "Era más bien un gourmet, porque le gustaba comer bien. Podía degustar una comida y sentir la receta con su paladar. No solo sabía los ingredientes, también su proporción".
En casa de los Castellanos, la madre anotaba en un cuaderno las fórmulas culinarias que el músico aplicaba en la cocina por intuición, para garantizar un registro de estos platos espontáneos. "Mi papá era un gran cocinero, pero no le hacía falta saber las medidas o una receta en particular".
Las memorias del hijo menor del compositor también incluyen las visitas de alumnos, músicos, e incluso pintores a su hogar.
El guitarrista venezolano Miguel Delgado Estévez presenció en su infancia esta camaradería entre el gremio artístico, y recuerda que Castellanos visitaba la Ciudad de Calabozo, Guárico, junto a su tío Antonio Estévez. Ya en su adultez, aprecia en la discografía del pianista, que se cuenta entre sus pertenencias más queridas, "una gran sabiduría, pues es un material histórico. Allí está plasmado todo lo que absorbió de Sojo. Los discos son hermosos y él fue todo un maestro".
Castellanos recibió el premio especial del Ateneo de Caracas (1952) por su Homenaje a Teresa Carreño. También fue galardonado con el Premio Nacional de Música (1954) y con el Premio Nacional de Música (1962).
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