Esculturas que abren el apetito
Sergio Montoya, artista especializado en gastroescultura, unió dos artes y dos pasiones: cocina y escultura, y creó este movimiento para el cual se inspira en platos tradicionales y de vanguardia, y en cocineros
La comida ha servido como recurso a muchos artistas, desde los bodegones a los retratos vegetales de Arcimboldo o las latas de sopa Campbell de Warhol. Sergio Montoya ha dado un paso más allá y ha creado la “gastroescultura”, con piezas inspiradas en platos de cocina tradicional y de vanguardia.
Montoya, artista especializado en gastroescultura, decidió unir “dos artes y dos pasiones”, cocina y escultura, para crear este movimiento. “Me inspiro tanto en platos como cocineros. Arzak me gusta mucho, la composición de sus platos tiene mucha fuerza”, explica Montoya, que ha llevado al bronce , a 160 centímetros de altura, el pincho de cabezas de pescado secas y cristalizadas del chef vasco.
“Me inspiro en platos, no los copio; como hacen los chefs, yo también investigo en texturas, materiales u colores”, explica el artista, quien considera “una suerte” el amplio abanico de materias primas del que hoy dispone un escultor, “que sólo tiene que saber aplicar a cada una la técnica adecuada”.
En su estudio de Madrid “cocina” esculturas de latas de hierro que contienen atún, anchoas y sardinas de madera policromada; conservas de cristal con resinas que evocan el aceite de oliva, pescado de hierro a la sal, crujientes de gambas metálicos, mejillones de leño al vapor e incluso pan de bronce. También tiene su versión artística de una parrillada de carne, del atún encebollado, del pulpo a la brasa y de sepia a la plancha, así como latas de conservas semiaplastadas hechas con mármol y piedra, de un realismo inapelable.
Obras de formato pequeño y otras que superan los dos metros de altura, de pared y exentas, en madera, hierro, piedra o resinas, que este gastroescultor trata como si fueran platos. “Estudio los ingredientes y su traslación a materiales, y los cocino. En la escultura del pulpo a la brasa aplico el soplete a la madera”, detalla.
Aunque le apasiona el colorido de la comida nipona –sus gambas de resina son tan reales que cuesta frenar la tentación de llevarlas a la boca– Montoya encuentra muy interesante trabajar con la cocina española, tanto tradicional como vanguardista. Quedó satisfecho con una escultura de un plato de callos y ahora quiere dedicarle otra al cocido madrileño. Cuanto más abstracta es una elaboración culinaria más dificultades presenta y más debe incrementar su tamaño.
“Se pueden introducir humos y espumas en una escultura, pero tiene que ser más grande. A veces la gracia está en jugar con los tamaños, como multiplicar el de un champiñón o hacer un espárrago de un metro”, apunta. Su sueño es trabajar junto con los cocineros que más le inspiran, como Arzak, Andoni Luis Aduriz, de Mugaritz, y David Muñoz, de DiverXO: “La idea es estudiar con ellos el proceso de creación de uno de sus platos y luego aplicarlo en una escultura. Me encantaría hacerlo”.
Ya lo ha conseguido con otros cocineros menos conocidos, como Javier Aparicio. Le encantó su coca de pulpo y la transformó en una escultura donde el pan de cristal es una duela de barril tratada y el octópodo madera coloreada. En la coca de pisto las verduras son pequeñas piedras. A la inversa, sus gastroesculturas inspiraron un menú degustación en un restaurante de Madrid. Muchos de sus clientes son establecimientos de hostelería y particulares, que buscan dar un toque distinto y original a sus cocinas. Su reto es conseguir que sus obras también despierten la memoria olfativa, aunque reconoce que es “todo un reto” lograr olores agradables, parecidos al del plato original y que perduren.
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